La luz de Navidad
Las luces navideñas, con toda su belleza y brillo, tienen un simbolismo claro, representan la luz que disipa las tinieblas, la esperanza que trae el nacimiento de Cristo.
Pero, paradójicamente, muchas veces estas decoraciones exteriores no reflejan lo que ocurre en el interior de las personas. Es como si nos esforzáramos en iluminar lo externo, pero dejamos a oscuras nuestro propio corazón.
La luz de Cristo, aquella chispa que debería encenderse en nuestro interior, es una luz que no se puede comprar ni decorar; se alimenta del amor, la bondad y la humildad. Sin embargo, en muchos casos, vivimos tan enfocados en lo superficial que olvidamos trabajar esa luz interior.
Por eso, encontramos familias que se llenan de envidia, vecinos que se pelean, personas que critican o juzgan, incluso en la época en que deberíamos estar más unidos y reconciliados.
Es válido preguntarse: ¿de qué sirven todas esas luces exteriores si no somos capaces de iluminar nuestras relaciones, nuestras palabras y nuestras acciones? Si nos adornamos por fuera pero estamos vacíos por dentro, todo pierde sentido.
El verdadero espíritu de la Navidad no se enciende con electricidad ni con guirnaldas, sino con gestos de generosidad, de perdón y de amor.
Quizá este contraste sea un llamado a reflexionar sobre nuestras prioridades. Tal vez, antes de decorar nuestras casas, deberíamos preguntarnos: ¿cómo puedo hacer brillar la luz de Cristo en mi vida y en la vida de los demás? Esa luz que no necesita cables ni bombillas. Que nace de la reconciliación con quienes nos rodean, del esfuerzo por vivir en paz, de compartir nuestra alegría y esperanza con quienes más lo necesitan.
En definitiva, las luces exteriores son hermosas y pueden alegrar la vista, pero si no hay una luz interior que las respalde, son sólo un adorno vacío. Que este tiempo sea una oportunidad para encender esa chispa divina en nuestros corazones y que podamos reflejarla en nuestras acciones, no sólo en nuestras decoraciones.
Al fin y al cabo, como decía San Francisco de Asís: “Es mejor encender una luz pequeña que maldecir la oscuridad”. Esa luz comienza en el alma.
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