BELLEZA SIN ALMA


Cuando lo perfecto por fuera se quiebra por dentro
Esta semana me vino a la cabeza una pareja de mi época del instituto. Eran, aparentemente, la pareja perfecta. Él: rubio, guapísimo, ojos azules, de esos que parecen sacados de una serie americana. Ella: alta, esbelta, con un cuerpo de infarto, melena rubia y brillante, ojos verdes como esmeraldas y una cara que parecía de porcelana. Si alguien los veía pasar, pensaba: "Qué suerte, qué pareja más ideal".

Pero por dentro… algo no encajaba. Y con los años, eso se confirmó.

Lo curioso —y lo triste— es que, 35 años después, sigo viendo ese mismo patrón. Parejas que se forman desde lo estético, desde el escaparate. Relaciones que nacen del "me gusta cómo se ve a mi lado" y no del "me gusta cómo me hace sentir cuando estamos en silencio".

Vivimos en una época donde lo físico ha pasado a tener un protagonismo casi dictatorial. Donde se cuida más el cuerpo que el alma, donde importa más la pose que la conexión real. Y eso, sinceramente, agota. Abruma. Porque la belleza sin alma se marchita rápido, y cuando se acaba el brillo superficial, ¿qué queda?

Yo he elegido otro camino. Un camino más solitario, quizás, pero más sincero. Porque me niego a conformarme con lo que solo luce por fuera. Me niego a tener que disfrazar mi esencia para encajar en una época que parece premiar la banalidad. Me considero una persona con buena madera por dentro. Y aunque eso no siempre encaje en este mundo de apariencias, sigo creyendo que la calidad humana no pasa de moda, aunque muchos la hayan olvidado.

A veces pienso que deberíamos enseñar desde jóvenes que lo importante en una relación no se ve con los ojos, sino que se siente con el alma. Que la belleza no está en la simetría de un rostro, sino en la autenticidad de una mirada, en la profundidad de una conversación, en la seguridad de un abrazo que no necesita filtros.

Porque una pareja puede ser guapísima por fuera, pero si no hay conexión emocional, espiritual, si no hay complicidad ni comunicación, está condenada al desgaste. Y yo, al menos, ya no quiero relaciones de escaparate. Quiero vínculos que abracen el alma, no solo el cuerpo.
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