No soy de este mundo: vivir desde el desarraigo y la búsqueda de sentido



Desde que tengo memoria, aunque siempre me sentí arropada por mi familia, tuve la sensación de no encajar completamente en este mundo. No era un rechazo hacia quienes me rodeaban, sino una percepción más profunda: algo en mí estaba en sintonía con otra realidad, con una vibración distinta. Con el tiempo, y tras muchas pruebas —algunas dolorosas, otras necesarias— comprendí que mi desconexión con este plano no significaba un deseo de abandonar la vida, sino más bien una sensación de desarraigo, un recordatorio constante de que la misión que traemos al nacer no siempre coincide con la vida que nos rodea.

Contar estas experiencias a un médico o psiquiatra es complicado. La mayoría de las veces, se espera un relato simplificado, lineal, que encaje en categorías establecidas. Pero la verdad es que tener planes de futuro, mantener la responsabilidad sobre uno mismo y al mismo tiempo sentirse “extraterrestre” en este mundo no es contradictorio. Puedo estar agotada, desorientada y aún así valorar la vida, porque sé que dejarla sería interrumpir un camino sagrado que elegimos antes de nacer.

Cada alma llega con un aprendizaje distinto, aunque nazca en la misma familia. Llegar a mis 52 años me ha enseñado la belleza y el peso de esa diversidad: he caído y me he levantado muchas veces, y todavía siento que los años que quedan traen desafíos, aunque esperaba que fueran más suaves. Mi cuerpo y mi mente me hablan de agotamiento; mis vacaciones recientes, lejos de revitalizarme, se convirtieron en un espacio de reposo absoluto, un refugio necesario para simplemente existir. Pasear a mi perro por casa, dormir, mirar el mundo desde mi ventana: todo se convirtió en un acto de supervivencia, de cuidado de mí misma.

El mundo exterior contribuye a este cansancio. La agresividad, la confusión y la exigencia constante que percibo en las personas reflejan la lucha interna que muchos viven sin comprender. Hemos vendido nuestra alma a la prisa, al egoísmo y al miedo, olvidando la empatía, la compasión y la ternura. Vivir sin amor, sin escucha verdadera, sin comprensión, genera un desarraigo que no depende de la intención de nadie, sino de la realidad colectiva.

A esto se suma la desigualdad, un espejo que muestra la disparidad entre quienes tienen y quienes carecen. He trabajado duro, muchas veces con recursos limitados, para mantener mi independencia y autonomía. La lucha por sostenerme en un mundo que no siempre ofrece equilibrio entre esfuerzo y recompensa añade peso a lo que ya de por sí es un camino de aprendizaje. No se trata solo de necesidades materiales, sino de mantener la coherencia del alma en medio de la presión externa.

La generosidad, la bondad y la confianza se vuelven desafíos cuando el mundo parece valorar lo contrario. He aprendido que ser sincera puede confundirse con fragilidad o peligro, que decir la verdad a veces provoca incomprensión. Pero he descubierto también que el verdadero coraje no reside en rendirse, sino en persistir, en cuidar de uno mismo y mantener la integridad, aun cuando el mundo no lo reconozca.

No pertenezco completamente a este mundo. A veces siento que somos “extraterrestres”, almas que vinieron a aprender en un planeta dual, donde el bien y el mal se entrelazan y donde la experiencia se mide en pruebas y crecimiento. La fatiga física y mental, el desgaste que algunos llaman estrés o incluso fatiga crónica, me ha enseñado la importancia del cuidado y del aislamiento necesario para reorganizarme, para escucharse y comprender lo que realmente necesitamos. Dormir, descansar, pausar: no es debilidad, es supervivencia y respeto por uno mismo.

En este camino he aprendido el desapego. Vivir sin aferrarse a los resultados, a las personas o a las expectativas externas permitirme descubrir la belleza de lo efímero. La vida es corta, y aunque nos aferremos, todo pasa. El amor auténtico, el que no exige, el que no impone condiciones, se vuelve un tesoro que muchos desconocemos. Mi despertar me ha mostrado que amar en libertad, sin expectativas ni imposiciones, es un aprendizaje que la humanidad aún no ha dominado.

Y, a pesar de la frustración, del cansancio y del desarraigo, siento un profundo deseo: que mi experiencia pueda iluminar a otros. Que sirva como recordatorio de que no estamos solos en nuestra sensación de no pertenecer, de que el mundo puede ser difícil, pero que aún hay espacio para la bondad, para la comprensión y para el crecimiento compartido. Que cada persona aporte sus dones no para competir, sino para enriquecer la vida de todos.

No es fácil estar aquí, y a veces quisiera que todo fuera más sencillo. Pero la vida, con sus desafíos, desigualdades y pruebas, es también un maestro silencioso. Y yo, aunque cansada, sigo el camino que elegí antes de llegar: permaneciendo, aprendiendo, observando y compartiendo, porque aunque no soy de este mundo, este mundo me necesita tal como soy y te necesita tal como eres, sin falsedad, sin máscaras.


Con cariño,
✨ Ladiosaquetehabita  ✨


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