Vamos a bajar al infierno para recordar quiénes somos
Estamos entrando en una temporada plutoniana. No una visita superficial al submundo, sino una inmersión total. Plutón vuelve a hacer sentir su peso, su exigencia, su mirada que atraviesa todas las máscaras. Y no hay escapatoria: o bajamos al infierno conscientemente, o el infierno sube a nosotros.
Esta no es una energía para los débiles de corazón, porque Plutón no acaricia — desnuda. Nos quita lo que ya no sirve, aunque nos duela. Pero detrás de cada pérdida, de cada derrumbe, hay una promesa: la de reconstruirnos con una verdad más profunda.
El infierno no es castigo: es espejo
Cuando el mundo se llena de ruido, de polarización, de sistemas que colapsan y valores que se derrumban, lo que realmente cae no es el mundo: son las ilusiones. Lo que Plutón nos pide es mirar el fondo de nuestro propio pozo, sin anestesia.
No bajamos al inframundo para revolcarnos en nuestra miseria, sino para reconocer qué parte de nosotros la alimenta. La sombra no se destruye: se integra. Porque solo al abrazar lo que rechazamos, recuperamos el poder que le habíamos entregado.
Un tiempo de limpieza global
El planeta entero parece estar en proceso de exorcismo. Viejas estructuras políticas, económicas, sociales y espirituales están crujiendo. Hay cansancio, hay desilusión, pero también hay oportunidad. Las mentiras colectivas se están cayendo, y eso duele — pero es la única forma de abrir paso a algo más auténtico.
Plutón no destruye por crueldad: destruye para regenerar. Es el fuego del alquimista, el que reduce a cenizas para extraer el oro interno.
Llevar luz al infierno
El desafío ahora no es evitar la oscuridad, sino aprender a entrar en ella con una lámpara en la mano. Ver nuestra “mierda”, sí — pero no para juzgarla, sino para comprenderla. Cada miedo, cada impulso, cada sombra es una puerta hacia una parte de nosotros que pide ser reconocida.
Si bajamos juntos, sin miedo y sin máscaras, el infierno deja de ser un lugar de castigo y se convierte en un taller de transformación.
Dicen que el Fénix no teme al fuego, porque sabe que en las llamas está su destino. No huye de la destrucción: la abraza. Arde hasta las cenizas, y en ese vacío oscuro donde todo parece perdido, nace de nuevo, más sabio, más entero, más verdadero.
Eso es exactamente lo que estamos viviendo, colectivamente y por dentro. La humanidad entera parece estar atravesando su noche plutoniana: sistemas que caen, verdades que se deshacen, certezas que se derriten. Pero el fuego que lo arrasa todo no viene a castigarnos; viene a purificarnos.
El infierno como laboratorio de renacimiento
Bajar al infierno no es rendirse: es aceptar que no podemos seguir construyendo sobre ruinas maquilladas. Es reconocer lo que está podrido, lo que ya no vibra con la vida, y permitir que el fuego lo consuma.
Solo en ese acto de honestidad radical nace la semilla del renacer.
El Fénix no sale volando de un cielo azul. Nace de un cuerpo carbonizado. De la pérdida, del caos, de la entrega total. Y cuando extiende sus alas, no lo hace para escapar del pasado, sino para agradecerle: sin él, no habría vuelo.
El fuego interno
Cada uno de nosotros tiene su propio fuego interno, ese que arde cuando algo debe transformarse. Puede ser un duelo, una crisis, una traición, una caída. Pero cuando dejamos que el fuego haga su trabajo, sin miedo, sin resistencias, descubrimos que el dolor era una puerta.
Porque Plutón, el guardián del inframundo, no quiere destruirnos. Quiere que recordemos nuestro poder: el de morir conscientemente a lo viejo para renacer en lo esencial.
El vuelo que viene
Después de la oscuridad, después del humo y del silencio, algo se mueve. Son nuestras propias alas desplegándose de nuevo. Ya no las mismas. Más fuertes, más sabias, más verdaderas.
El Fénix no olvida que ardió. Lleva el recuerdo del fuego en cada pluma. Por eso su vuelo es tan libre: porque ya no teme perder nada.
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