EL ESCAPARATE VACÍO


Vivimos en tiempos donde el brillo ha sustituido al sentido. Donde lo que se muestra importa más que lo que se siente, y la vida se ha convertido en una vitrina permanente.
Todo parece una gran exposición: desayunos perfectos, rostros sin ojeras, casas impolutas, cajas que llegan a la puerta y se abren ante una cámara como si fueran cofres de tesoro. Pero lo que contienen no es oro, ni alegría, ni propósito. Es solo otro objeto. Otro instante que se sube, se comparte, y se olvida.

Nos hemos acostumbrado a mirar y no a ver. A consumir sin pensar. A vivir anestesiados bajo un espectáculo que promete felicidad, pero solo deja cansancio y comparación.
La gente sonríe para la pantalla, pero luego apaga el móvil y siente un hueco en el pecho que no sabe cómo llenar.

El escaparate está lleno… pero por dentro, muchos corazones están vacíos.

Y lo más duro no es que el sistema lo haya diseñado así, sino que lo hemos aceptado. Hemos normalizado que nuestra atención —ese bien tan sagrado— sea un producto más. Que nuestra vida sea contenido. Que nuestros deseos se fabriquen desde fuera, como si no tuviéramos un alma capaz de desear por sí misma.

Miro a mi alrededor y me asusta ver cómo se confunde la abundancia con la acumulación. Cómo se celebra abrir una caja más, comprar otra colonia, otro lote, otra prenda que probablemente no hará falta. Mientras tanto, la vida real sube de precio: el pan, la electricidad, la vivienda, la salud mental. Todo cuesta más, menos lo que verdaderamente debería tener valor.

La humanidad parece hipnotizada, entretenida en su propio escaparate.
Y lo más inquietante es ver a las generaciones más jóvenes entrar en esa rueda antes incluso de saber quiénes son. Niñas que aprenden a posar antes de aprender a quererse. Adolescentes que miden su autoestima en función de los likes. Mujeres que se sienten obligadas a parecer perfectas hasta cuando van a comprar el pan.

Y detrás de todo eso hay una pregunta que grita en silencio:
¿Quién soy cuando no estoy mostrando nada?

Porque la exposición constante nos ha robado algo esencial: la intimidad con uno mismo. Esa paz que nace del silencio, del hacer sin mostrar, del crear sin esperar aprobación.
Hoy parece que si no lo compartes, no cuenta. Que si no lo grabas, no existió. Pero lo más real, lo más profundo, lo más transformador… no necesita testigos.

Hay una frase que resuena cada vez más fuerte en el aire: “La máscara se va a caer.”
Y no lo digo como amenaza, sino como verdad inevitable. Porque no hay disfraz que dure eternamente.
Saturno y Neptuno,  se mueven hacia Aries, y simbólicamente eso significa el fin de la ilusión, el despertar de la acción consciente, la caída de lo falso.
Y cuando caen los velos, lo que se revela no siempre es bonito, pero sí es verdadero.

Veremos cuántos de esos escaparates se vacían, cuántos de esos influencers desaparecen cuando la gente empiece a buscar algo con alma, algo que no se compre, que no se envíe en 24 horas, que no se mida con un algoritmo.

El cambio que viene no será estético, será espiritual.
Porque cuando la gente se canse del ruido, buscará la voz interior.
Cuando se derrumbe la fachada, volverá la mirada hacia adentro.
Y cuando se dé cuenta de que nada externo la llena, empezará el viaje de regreso al ser.

Y quizás entonces recordemos que los dones y talentos no fueron dados para exhibirlos, sino para servir, para crear, para sanar, para compartir algo verdadero.
Que ganarse la vida no significa perder el alma.
Y que el propósito no está en el escaparate, sino en el interior de cada uno, esperando ser reconocido.

Nota espiritual

Todo lo que no tiene raíz en lo auténtico, tarde o temprano se cae.
Y aunque ahora parezca que el mundo gira en torno al brillo, llegará un momento —quizás pronto— en que lo falso se desmorone como un decorado de cartón.
Y cuando eso ocurra, no será el fin: será el inicio.

Porque la caída de la máscara es también la revelación del rostro.
La oscuridad que hoy asusta será el telón de fondo del nuevo amanecer.
Y en medio del caos, habrá quienes permanezcan en pie, no porque tengan más, sino porque son más.
Más conscientes, más humanos, más verdaderos.

El alma humana está despertando.
Y aunque ahora todo parezca ruido, consumo y apariencia, debajo de esa superficie hay una corriente silenciosa de despertar.
Una llamada que dice:
Vuelve a ti. Recuerda quién eres. No necesitas escaparates para brillar.

Tratamos de darle sentido al mundo construyendo imágenes de él, pero confundimos esas imágenes con la realidad.
(Alan Watts)


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