La màscara de la salud mental

En este post  quiero compartir  mi propia experiencia de hace tres meses atrás, cuando la  fatiga crónica, la ansiedad y la depresión tocó en mi puerta.

Este es un tema importante, especialmente porque toca cuestiones de salud mental, transparencia médica y la confianza entre pacientes y profesionales. 

En tres meses sin contar los profesionales de las urgencias, me atendieron 4 médicos de cabecera diferentes, el médico de la mutua y dos psiquiatras empecé por
Alprazolan
Seguido de
Zolpiden y Robaxin
Para pasar a 
Trazadona, Lexatin y Escitalopram
Hoy intento dejar la trazadona porque para mí  es rompedora e introducir otras  para los bloqueos mentales, la falta de concentración y memoria.
Esto es lo que la sanidad hace con enfermedades que no deberían ser comunes si se generan en el trabajo.

Como digo en los últimos meses, he estado enfrentando una batalla personal con la ansiedad y la depresión, insomnio, etc ... condiciones que afectan profundamente no solo la mente, sino también el cuerpo y el espíritu que se traduce en  " AGOTAMIENTO". Durante este tiempo, he buscado ayuda profesional, convencida de que el apoyo médico es esencial para navegar por esta experiencia. Sin embargo, me he encontrado con una realidad desconcertante, en mi última cita con la  psiquiatra, ya que para más inri, no te atiende el mismo profesional otro fallo de la sanidad, no fue ella quien determinó que estaba lista para reincorporarme a mi trabajo. De hecho, yo fui quien, a pesar de no sentirme completamente bien, propuse intentar volver al entorno laboral como una forma de explorar cómo me sentía y si podía manejarlo. Sin embargo, el informe médico decía otra cosa: dada la mejoría recomiendo incorporación laboral. Una afirmación que no solo distorsiona la verdad, sino que también omite la realidad de mi situación.

Los informes médicos, son piezas fundamentales que deberían reflejar de forma honesta y precisa el estado del paciente, y que a menudo no cuentan toda la verdad.

El peso de un informe médico

Los informes médicos no son documentos triviales. Son herramientas que definen la narrativa oficial de la salud de una persona, y que influyen en decisiones importantes, desde el acceso a prestaciones económicas hasta la percepción que el sistema laboral o social tiene de un individuo. Pero, ¿qué sucede cuando esos informes no reflejan fielmente lo que ocurre en una consulta?

En el caso de la salud mental, esto puede ser especialmente perjudicial. Vivimos en un mundo donde los trastornos de ansiedad y depresión aún cargan con un estigma significativo. Un informe que diga "el paciente está en condiciones pero bajo tratamiento" cuando esto no es del todo cierto, no solo niega la lucha diaria del paciente, sino que también coloca una carga adicional sobre sus hombros. Es como si de repente tuviera que justificar ni dolor y mis limitaciones porque, en el papel, "todo está bien".

¿Por qué los médicos no cuentan la verdad?

Hay varias razones posibles detrás de esta desconexión entre lo que se dice en consulta y lo que se plasma en los informes

1. Burocracia y presión institucional: En muchos sistemas de salud, los médicos están sometidos a plazos estrictos y criterios estándar que no siempre reflejan la complejidad de cada caso. Esto puede llevar a simplificar o distorsionar la información para encajar en esos moldes.

2. Autoprotección profesional: Admitir que un alta es voluntaria puede interpretarse como una falta de control o capacidad del médico para guiar al paciente. Al presentarlo como una decisión médica, el profesional parece estar cumpliendo con su rol de manera impecable, incluso si esto no refleja la realidad.

3. Falta de empatía o comprensión: No todos los profesionales de la salud tienen una formación sólida o una sensibilidad adecuada hacia la salud mental. Esto puede llevarlos a minimizar la gravedad de las condiciones o a no tomar en cuenta completamente lo que el paciente expresa.

4. El sesgo del sistema hacia la “productividad”: En muchos contextos, existe una presión implícita para reincorporar a las personas al trabajo lo antes posible, ya sea por razones económicas o sociales. Esto puede influir en cómo se redactan los informes, priorizando la idea de "normalidad" sobre la realidad del paciente.

El impacto en el paciente

Cuando los informes no reflejan la verdad, el impacto en el paciente es profundo. En mi caso, leer que "estoy apta " cuando sé que no es así, me hizo sentir invisible y desamparada. Es como si mi voz, mi experiencia y mi verdad no tuvieran peso frente a una narrativa que alguien más decide por mí.

Además, esta desconexión mina la confianza en el sistema. Si no puedo confiar en que un informe médico refleje mi realidad, ¿cómo puedo confiar en que las decisiones que se tomen basadas en él serán las correctas?

Un llamado a la transparencia y la empatía

La salud mental es un terreno complejo, que requiere no solo de conocimientos médicos, sino también de empatía, escucha activa y honestidad. Los médicos tienen una gran responsabilidad no solo con sus pacientes, sino también con la verdad. Cada informe debería ser un reflejo fiel de lo que sucede en consulta, incluso si eso significa admitir que no tienen todas las respuestas o que las decisiones no son del todo concluyentes.
A quienes luchamos con trastornos como la ansiedad y la depresión, nos corresponde seguir alzando la voz, exigiendo que se nos escuche y que nuestra experiencia sea validada. La salud mental no se mide en diez minutos de consulta ni se define con frases estándar en un informe. Es una lucha diaria, y merece ser tratada con la seriedad y el respeto que demanda.
Por si esto no fuera poco hay que lidiar con otras realidades en el día a día y es  otro  aspecto importante y profundamente humano que vale la pena abordar. El cómo las percepciones sociales y los estigmas asociados a la salud mental pueden ser una carga adicional para quienes enfrentamos estos desafíos. 

"Pero si te veo tan bien": La máscara de la salud mental

Uno de los comentarios que más he escuchado mientras he lidiado con la ansiedad y la depresión es: "Pero si te veo tan bien, qué buena cara tienes". Un cumplido en apariencia inocente que, sin embargo, encierra una frustración silenciosa y una incomprensión profunda de lo que significa estar mal psicológicamente.

Como muchas personas que enfrentan problemas de salud mental, he aprendido a mantener una fachada, a ocultar el caos interno detrás de una sonrisa, un peinado cuidado o un maquillaje bien hecho. No porque quiera engañar, sino porque mostrar lo contrario implica exponerse a un juicio aún más severo: el juicio de no estar cumpliendo con las expectativas de cómo debe verse alguien que “está mal”.

La paradoja de la apariencia

Vivimos en una sociedad que exige congruencia entre el estado emocional y la apariencia física. Si dices que estás mal, pero te ven arreglada, automáticamente surgen dudas. Si sonríes o mantienes la compostura, entonces "seguro no es tan grave". Esta expectativa resulta especialmente frustrante para quienes han hecho un esfuerzo titánico por levantarse de la cama, peinarse, vestirse y enfrentar el día, porque esos pequeños logros no son vistos como actos de resistencia, sino como señales de que todo está bien.

En mi caso, ocultar lo que siento no es solo un mecanismo de protección, sino también una manera de evitar el estigma que todavía rodea a los problemas de salud mental. Porque parece que, para ser creída, debo estar desaliñada, llorar en público, quejarme constantemente, o mostrar abiertamente mi sufrimiento. Como si el dolor interno necesitara una manifestación visible para ser válido.

El peso del estigma y las expectativas sociales

Este tipo de comentarios y juicios no solo reflejan la falta de comprensión sobre la salud mental, sino también un estigma que sigue profundamente arraigado:

1. El mito de la apariencia externa: La sociedad asocia el bienestar con la apariencia física. Si estás bien vestida o sonriente, automáticamente se asume que estás bien en todos los sentidos. Este mito ignora por completo la complejidad de la salud mental y la capacidad de las personas para ocultar su sufrimiento.

2. La idea de la "persona funcional": Si puedes trabajar, hablar con otros y mantener una rutina, se te considera funcional y, por ende, fuera de peligro. Esto no tiene en cuenta que muchas personas con ansiedad o depresión pueden seguir funcionando en su día a día, aunque internamente estén luchando con un enorme peso.

3. La desconfianza hacia el sufrimiento silencioso: Existe una desconfianza hacia aquellos que no expresan su dolor de forma evidente. Es como si solo fuera válido si se manifiesta de manera extrema o visible.

El esfuerzo invisible

Lo que pocos entienden es que mostrar “buena cara” no es una negación del dolor, sino un acto de supervivencia. Levantarse, arreglarse y salir al mundo son logros que, para alguien que atraviesa un periodo de ansiedad o depresión, pueden ser tan significativos como correr un maratón. Cada pequeño paso hacia la normalidad es un esfuerzo invisible, y recibir comentarios como "pero te ves tan bien" puede hacer que ese esfuerzo parezca en vano.

Estos comentarios invalidan el dolor y refuerzan la idea de que, para ser creída, debo demostrar mi sufrimiento de forma visible y dramática. Pero no quiero que el mundo me vea rota. No porque no lo esté, sino porque no debería ser necesario desmoronarse públicamente para que mi experiencia sea válida.

Un llamado a la empatía

La salud mental no tiene un “look”. No se trata de cómo te vistes, de si sonríes o de si logras mantener las apariencias. Se trata de lo que sucede dentro, de esas batallas que nadie ve y que, a menudo, ni siquiera compartimos.

Quienes enfrentamos estos desafíos necesitamos menos comentarios sobre nuestra apariencia y más preguntas reales: ¿Cómo te sientes de verdad? ¿Hay algo en lo que pueda ayudarte? Necesitamos que las personas entiendan que el dolor interno no siempre se traduce en lágrimas o en ropa desaliñada, y que el esfuerzo por seguir adelante no es una señal de que todo esté bien, sino una forma de resistir.

Ver más allá de la máscara

Es frustrante sentir que, para ser entendida, debo abandonar el cuidado personal o demostrar mi sufrimiento de forma visible. Pero he aprendido que mi dolor es válido, incluso si otros no lo ven o no lo entienden. Y aunque mantener una fachada pueda ser agotador, también es un recordatorio de mi fortaleza, de mi capacidad para seguir adelante a pesar de todo.

A quienes nos rodean, les pido que vean más allá de la máscara. Que entiendan que una sonrisa puede ocultar una tormenta, y que el acto de levantarse y vestirse no es una negación del dolor, sino un testimonio de nuestra voluntad de seguir luchando. Porque, al final del día, no importa cómo luzca el exterior. Lo que importa es que estamos aquí, enfrentando nuestras batallas, un día a la vez.

Pero aquí no acaba todo

"Con todo lo que sabes, ¿cómo es posible?": El peso de las expectativas en la salud mental

Una de las cosas más difíciles de enfrentar durante mi proceso de ansiedad y depresión ha sido la reacción de las personas que me conocen. Como alguien que ha dedicado gran parte de su vida a trabajar en su desarrollo personal, a aprender herramientas terapéuticas, e incluso a ayudar a otros en sus propios procesos, escuchar frases como "¿Cómo es posible que te pase esto a ti?" ha sido un golpe inesperado y profundamente frustrante.

Estas palabras, que quizás no se dicen con mala intención, llevan implícito un juicio: que alguien como yo, con todas mis herramientas, conocimientos y experiencia, no debería estar pasando por esto. Es como si tener ansiedad o depresión fuera un fracaso personal, una traición a todo lo que he aprendido y enseñado.

La falsa expectativa de la perfección

Este tipo de reacciones revelan un problema de fondo: la creencia de que quienes tienen herramientas terapéuticas o conocimientos en desarrollo personal están exentos de sufrir, como si estas herramientas fueran un escudo infalible contra los altibajos de la vida. Pero esta creencia no podría estar más lejos de la verdad.

La realidad es que nadie, por muy preparado que esté, es inmune a la vulnerabilidad humana. Las herramientas terapéuticas no son una garantía de que nunca nos veremos en situaciones difíciles; son recursos que nos ayudan a navegar esos momentos, a entendernos mejor y, en última instancia, a sanar. Pero la sanación no es instantánea, ni lineal, ni menos aún perfecta.

El peso del juicio externo

Cuando las personas preguntan cómo es posible que esté en esta situación, lo que realmente están diciendo es que no esperan verme como alguien "humano". Esperan que siempre tenga las respuestas, que siempre esté en control, que nunca caiga. Pero este tipo de expectativas no solo son irreales, sino también deshumanizantes.

Todos enfrentamos desafíos, y no importa cuántas herramientas o conocimientos tengamos: hay momentos en la vida que nos sobrepasan. La ansiedad y la depresión no discriminan; afectan a quienes están en la cima de su carrera, a quienes han dedicado su vida a ayudar a otros, y a quienes aparentemente lo tienen "todo bajo control". Porque estas condiciones no son un reflejo de lo que sabes, sino de lo que estás viviendo y sintiendo en un momento dado.

El derecho a ser humana

Lo más frustrante de estas reacciones es que parecen negarme el derecho a ser humana, a equivocarme, a sufrir, a caer. Es como si todo lo que he hecho en mi vida para ayudarme y ayudar a otros se usara en mi contra, como si tener herramientas me descalificara para sentir dolor.

Pero la verdad es que el hecho de estar pasando por ansiedad y depresión no me hace menos válida, menos capaz ni menos sabia. Al contrario, me hace más humana, más consciente de la profundidad de estas experiencias, y más capaz de entender y acompañar a otros en sus propios procesos. Porque, lejos de ser un fracaso, este momento de mi vida es una oportunidad para aprender, para poner en práctica todo lo que he trabajado y para recordar que la vulnerabilidad no es una debilidad, sino una parte esencial de la vida.

El aprendizaje detrás de la caída

En lugar de ver mi situación como un "fracaso", prefiero verla como un recordatorio de que nadie está exento de los desafíos de la vida, y de que las herramientas que he adquirido no son una garantía de perfección, sino un apoyo para enfrentar lo que venga. Este proceso me ha enseñado que no se trata de evitar caer, sino de aprender a levantarse.

También he aprendido que el conocimiento no siempre se traduce en acción inmediata. Saber qué hacer en teoría no significa que sea fácil hacerlo cuando estás en medio de una tormenta emocional. Y eso está bien. Porque la vida no es un examen que debamos aprobar; es un proceso de aprendizaje constante, y cada caída es una oportunidad para crecer.

Un llamado  nuevamente a la empatía y la comprensión

A quienes preguntan cómo es posible que alguien como yo esté en esta situación, les digo: porque soy humana. Porque, aunque tenga herramientas y conocimientos, también tengo emociones, límites y días difíciles. Y eso no me hace menos capaz ni menos válida; me hace real.

Espero que mi experiencia sirva para recordarnos que todos, independientemente de lo que sepamos o de lo preparados que estemos, tenemos derecho a sentirnos vulnerables, a pedir ayuda y a atravesar momentos difíciles sin ser juzgados. Porque, al final, no se trata de ser perfectos, sino de ser humanos.

La fortaleza de aceptar la vulnerabilidad

Lidiar con la ansiedad y la depresión mientras enfrentas las expectativas de los demás no es fácil. Pero este proceso me ha enseñado que no tengo que justificar mi dolor ni mi humanidad. Las herramientas que he adquirido son valiosas, pero no me hacen inmune a la vida. Y está bien. Porque ser fuerte no significa no caer nunca; significa tener el valor de seguir adelante, incluso cuando el camino es difícil.
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