CABANGANDO POR LA VIDA


De siempre me han gustado las botas altas, puedo pasar todo el invierno con un par negro y otro marrón. El otro día alguien muy cercano al verme me preguntó si iba a montar a caballo, ya quisiera yo. Esto me dio pie a pensar en como pisamos por la vida y también el papel del caballo en la humanidad.

Y es que,  hay quienes cruzan la vida descalzos, con el alma expuesta a las piedras y espinas del camino. Otros, en cambio, se calzan botas altas, como si cada paso que dieran fuera un acto de valentía. Las botas altas no son solo un accesorio; son un símbolo, una declaración. Son para quienes pisan firme, incluso cuando el terreno es incierto, para quienes entienden que la vida no es un sendero lineal, sino una vasta llanura por explorar.

Montar a caballo, ya sea literal o figuradamente, requiere temple. No se trata solo de tomar las riendas de un corcel, sino de sujetar las riendas de tu propio destino. Las botas altas son una armadura para quienes están dispuestos a ensuciarse con el polvo del camino mientras buscan nuevas aventuras. No necesitas un caballo real para cabalgar por la vida; basta con tener el espíritu de quien está dispuesto a moverse hacia adelante y es aquí donde mi corazón conecta con el espíritu del caballo mi  conexión con la naturaleza. Me  recuerda  que la fuerza y el coraje no siempre provienen de la lógica o el pensamiento racional, sino de algo más instintivo, más profundo. Montar un caballo, o simplemente observarlo en libertad, nos devuelve a nuestras raíces, a esa parte de nosotros que sabe que somos capaces de superar cualquier obstáculo si seguimos moviéndonos.

La fuerza del caballo es la fuerza del viento, del río que no deja de fluir, del árbol que resiste las tormentas. Es un símbolo de lo que somos cuando dejamos de lado nuestras dudas y confiamos en nuestra capacidad de resistir y avanzar.

El caballo es uno de los animales que más profundamente ha conectado con la humanidad a lo largo de los siglos. Más allá de ser un compañero de trabajo o transporte, el caballo simboliza algo mucho más poderoso, la fuerza innata para avanzar, el coraje para enfrentar terrenos difíciles y el empuje necesario para no detenerse, incluso cuando el camino parece incierto. Es un reflejo de la vida misma, de ese instinto que nos mueve hacia adelante, a pesar de los obstáculos.

Cuando te conectas con la energía del caballo, no solo estás admirando su físico imponente o su capacidad de correr libres por los campos. Te estás conectando con una esencia, la fuerza que reside en su pecho, en sus patas incansables, en su mirada decidida. El caballo no se detiene ante el viento, ni ante la pendiente. Sigue adelante porque es su naturaleza, porque su impulso no conoce otra dirección que la del movimiento.

En cierto sentido, todos llevamos un caballo dentro de nosotros. Es esa parte de nuestro espíritu que tira hacia adelante cuando nuestras emociones, nuestros miedos o nuestras dudas tratan de frenarnos. Es el coraje de tomar decisiones difíciles, de salir de nuestra zona de confort, de decir “sí” a los desafíos que se nos presentan.

El caballo interior no tiene miedo de los caminos escarpados ni de los horizontes lejanos. Nos recuerda que la vida no es un sendero para caminar con cautela, sino una carrera para galopar con fuerza. No importa si hay piedras, barro o tormentas, el caballo confía en sus patas, en su velocidad, en su fuerza.

Tirar hacia adelante no significa ignorar los problemas o los desafíos. Al contrario, significa enfrentarlos con valentía, sabiendo que tienes la capacidad de superarlos. Es un recordatorio de que el camino puede ser difícil, pero nunca es imposible. La fuerza del caballo no es solo física; también es mental. Es la capacidad de enfocarse en lo que está por venir, en lugar de quedarse atrapado en lo que quedó atrás.

Cuando sientes que el caballo representa tu fuerza interior, estás reconociendo que dentro de ti existe algo inquebrantable. Cada vez que la vida te pone a prueba, puedes imaginarte a ti misma como ese caballo que avanza sin detenerse, que respira profundo y toma impulso, que 

Si sientes esa conexión con el caballo, quizás sea porque reconoces en él todo lo que eres , una fuerza en movimiento, un espíritu que no se rinde, una presencia que deja huella en cada paso. Así como el caballo galopa con el viento en la crin, tú también tienes la capacidad de correr libre, de sentir el impulso de tu fuerza interior y de avanzar con valentía hacia lo que deseas.

Al final, todos somos jinetes de nuestra propia vida, y el caballo es tanto el símbolo como el impulso que nos lleva hacia donde queremos ir. Tirar hacia adelante, como el caballo, es una declaración de confianza en tí, en tu capacidad para superar cualquier desafío y en tu poder para alcanzar todo aquello que te propongas.


Las botas de Carmencita

Carmencita siempre había sentido una conexión especial con las botas altas. Desde niña, cuando las veía en las revistas o las vitrinas, se imaginaba como una exploradora del mundo, alguien que no le temía a nada. Con el tiempo, ese amor por las botas se convirtió en algo más que un gusto estético, era una parte de su identidad.

Un día, su madre, entre risas, le dijo:
—¿Y tú, Carmencita? ¿Vas a montar a caballo o qué?
Carmencita se rió también, pero respondió con algo de solemnidad:
—Claro que sí, mamá. Cabalgo por la vida.

Y lo hacía. Cada paso que daba con sus botas altas era una declaración de intenciones. Salía de casa temprano, caminaba con el sonido rítmico de los tacones sobre el pavimento y entraba a cada día como quien entra a un nuevo capítulo. Las botas eran testigos de sus tropiezos, pero también de sus saltos de fe. Las había llevado a entrevistas de trabajo donde la rechazaron, pero también a fiestas donde conoció a personas que cambiarían su vida. Las mismas botas habían soportado charcos, montañas y, a veces, incluso lágrimas.

Un día, Carmencita decidió dar un paso más. Literalmente. Había pasado años soñando con aprender a montar a caballo. Fue a un pequeño rancho y, cuando llegó, el instructor miró sus botas con una sonrisa.
—Perfectas para la ocasión, —dijo.

Montar un caballo era algo muy distinto a lo que había imaginado. Era aterrador, inestable, emocionante. Pero cuando el animal comenzó a trotar y luego a galopar, Carmencita sintió que el mundo desaparecía. Allí, bajo el cielo abierto, entendió algo profundo, cabalgar por la vida no era evitar los miedos, sino enfrentarlos con estilo, con valentía, con botas altas.

Las botas altas son una forma de decirle al mundo que estoy lista para lo que venga, que puedo soportar las piedras del camino y, aun así, caminar con elegancia. Cada paso, cada zancada, es un recordatorio de que la vida no se trata solo de llegar a un destino, sino de disfrutar el trayecto.

Así que seguiré poniéndome mis botas, seguiré cabalgando por la vida. No importa si hay quienes lo toman con ironía o no entienden la profundidad de mi andar. Al final, lo importante es que  saber que cada paso que doy tiene un propósito, y cada huella que dejo es parte de mi historia.


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