EL ROBO DE LA INOCENCIA
En el pasado, los niños crecían en entornos más comunitarios y en contacto directo con la naturaleza y los otros. Jugar en la calle, imaginar aventuras con amigos o compartir con la familia formaban parte fundamental de la infancia. Los juguetes, aunque eran deseados, no definían completamente la experiencia de ser niño. Había más tiempo para la exploración, para vivir la niñez sin prisas.
Hoy en día, el avance de la tecnología, los dispositivos electrónicos y la cultura del consumismo han cambiado esa dinámica. Ahora, loss juguetes suelen ser más sofisticados, pero muchas veces promueven el aislamiento (por ejemplo, videojuegos individuales o entretenimiento digital). Las pantallas han sustituido al parque, y los niños están más en casa, lo que les resta oportunidades de socializar y desarrollar habilidades emocionales con otros niños. La imaginación a veces queda desplazada por contenidos ya elaborados que consumen pasivamente en internet.
La ilusión de los niños por los regalos no ha desaparecido, pero está enfocada más en lo material y muchas veces marcada por tendencias sociales o publicitarias. Debido a la constante exposición a redes sociales, donde los niños y jóvenes ven lo que otros tienen y sienten la presión de conseguirlo. El bombardeo de marketing dirigido específicamente a ellos, creando deseos inmediatos por productos que pierden relevancia rápidamente.
Este énfasis en los objetos lleva a que se valore menos el proceso de compartir, jugar o esperar con paciencia. Por ejemplo, en el Día de Reyes, el disfrute no está tanto en la magia del día, sino en recibir lo que está "de moda".
Uno de los cambios más impactantes es cómo la infancia y la adolescencia parecen acortarse. Las niñas y niños están expuestos a contenido que promueve una madurez prematura, ya sea en la moda, el lenguaje o las actitudes. Por ejemplo, ver a influencers o celebridades hace que quieran imitar estilos y comportamientos que no son propios de su edad.
Hoy en día, crecer rápido parece ser un objetivo. Las niñas quieren parecer mayores para encajar, mientras los adolescentes enfrentan expectativas de éxito, madurez y logro desde muy temprano. Esto les roba la oportunidad de vivir etapas de la vida con plenitud.
Incluso los niños pequeños están siendo empujados hacia un mundo competitivo. Las actividades extracurriculares, la presión académica y las exigencias sociales dejan poco espacio para la espontaneidad y el juego.
El resultado es una generación que llega a la adultez temprana sintiéndose desgastada. Han vivido tantas experiencias de manera acelerada, que a los 20 años ya sienten cansancio emocional, agotamiento y una pérdida del propósito vital.
¿Les estamos robando la infancia? Es una pregunta que debería hacerse con más frecuencia.
Las agendas de los niños están llenas de actividades planificadas, dejando poco espacio para el juego libre, que es esencial para el desarrollo.
Falta pasar más tiempo en la naturaleza, los interiores y los entornos controlados les priva de experiencias esenciales como explorar, ensuciarse, caerse y aprender del mundo directamente.
Las familias están ocupadas y fragmentadas. Aunque los padres pueden estar físicamente presentes, muchas veces están absortos en sus propios problemas o dispositivos electrónicos, lo que debilita la comunicación y la transmisión de valores.
¿Qué se puede hacer?
Celebrar fechas como el Día de Reyes no solo como un intercambio de regalos, sino como una oportunidad para compartir en familia, contar historias y promover la magia de la imaginación.
Animar a los niños a salir, jugar en parques, explorar su entorno y reconectarse con otros niños.
Promover actividades sin dispositivos electrónicos y enseñar a los niños el valor de estar presentes en el momento.
Evitar la exposición temprana a contenido para adultos y fomentar espacios donde puedan vivir plenamente su infancia.
Escuchar a los niños, acompañarlos en sus procesos, y enseñarles que no hay prisa para crecer.
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