LOS TESOROS PERDIDOS DE LA HUMANIDAD
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Parece que hoy en día los niños están creciendo demasiado rápido. La tecnología, las redes sociales y el acceso a información sin filtros los exponen a temas que antes solo eran accesibles a los adultos. Desde temprana edad, los niños están consumiendo contenido que los hace madurar más rápido en algunos aspectos (moda, lenguaje, preocupaciones sobre la apariencia, presión social), pero sin la madurez emocional para manejarlo adecuadamente.
Las expectativas también han cambiado. Antes, la infancia era vista como una etapa de juego y exploración, mientras que hoy en muchos casos está orientada hacia la productividad y el éxito. Desde pequeños, los niños tienen horarios llenos de actividades estructuradas (clases, deportes, idiomas, etc.), dejando poco espacio para el juego libre y la imaginación.
Por otro lado, existe una tendencia a sobreproteger a los niños, evitando que enfrenten cualquier tipo de sufrimiento o frustración. Muchos padres intentan "amortiguar" la realidad, interviniendo en todo para que sus hijos no experimenten tristeza, fracaso o dificultades. Sin embargo, esto puede generar niños menos resilientes, menos preparados para enfrentar los desafíos de la vida adulta. La frustración, el esfuerzo y la superación de obstáculos son experiencias necesarias para el crecimiento personal.
El miedo al peligro ha llevado a muchos padres a restringir la libertad de sus hijos; ya no juegan en la calle, no van solos a la escuela, no toman decisiones sin supervisión. Esto puede hacer que crezcan con inseguridad, miedo a equivocarse y poca autonomía.
Los primeros tres años de vida son fundamentales en el desarrollo emocional y neurológico del niño. Durante este periodo, el apego con la madre (o la figura principal de cuidado) es crucial para establecer la seguridad emocional que influirá en el resto de su vida. Sin embargo, en muchas sociedades modernas, los niños son separados de sus madres desde los seis meses (o incluso antes) debido a exigencias laborales y económicas. Esto puede afectar la construcción de un apego seguro y generar ansiedad o dificultades emocionales a largo plazo.
Las guarderías pueden ser beneficiosas si tienen un entorno afectivo y estimulante, pero nunca podrán reemplazar el vínculo primario que el niño necesita en sus primeros años. Muchos estudios han señalado que el contacto cercano con la madre en esta etapa temprana ayuda a desarrollar la confianza, la empatía y la regulación emocional.
Otro problema alarmante es la creciente vulnerabilidad de los niños frente a diferentes tipos de abuso (emocional, físico, sexual y digital). La exposición temprana a redes sociales, la falta de supervisión adecuada y la disminución del tiempo de calidad con los padres hacen que muchos niños sean más susceptibles a peligros, desde la manipulación en internet hasta situaciones de abuso en entornos educativos o familiares.
Además, en algunos casos, la sociedad ha normalizado ciertos comportamientos que antes eran motivo de alerta. Por ejemplo, la hipersexualización infantil en la moda y el entretenimiento contribuye a la erosión de la inocencia. También existe un problema con la indiferencia social, muchas veces, casos de abuso o negligencia pasan desapercibidos porque no hay suficientes mecanismos de protección o porque las personas prefieren no intervenir.
Vivimos en una paradoja;por un lado, los niños están expuestos a una adultez prematura, y por otro, son sobreprotegidos hasta el punto de no desarrollar herramientas para enfrentar la vida. La infancia debe ser un espacio de crecimiento natural, donde los niños puedan explorar, aprender a enfrentar desafíos y desarrollar la confianza necesaria para la vida adulta.
Se necesita un equilibrio entre la protección y la autonomía, entre la infancia y la preparación para el futuro. Esto requiere cambios tanto en la crianza individual como en la estructura social que obliga a los padres a delegar la educación y el cuidado de sus hijos a instituciones desde edades demasiado tempranas.
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