ES FÁCIL ACONSEJAR
Es fácil aconsejar cuando el problema no es nuestro. Desde afuera, las soluciones parecen claras, las emociones menos intensas y la perspectiva más objetiva. Sin embargo, cuando nos toca vivir en carne propia lo que tantas veces hemos analizado desde la distancia, nos damos cuenta de que las palabras son livianas en comparación con el peso real de la experiencia.
Este fenómeno es muy común en muchas familias y círculos sociales; personas que constantemente ofrecen consejos sobre cómo manejar el dolor, cómo enfrentar una enfermedad, cómo sobrellevar una pérdida, cómo reaccionar ante una traición. Pero cuando la vida les pone en la misma situación, esos mismos consejos que daban con tanta seguridad ya no parecen aplicables, o simplemente no encuentran la fuerza para seguirlos.
¿Por qué ocurre esto? Primero, porque dar consejos es un acto de distanciamiento emocional. Nos permite sentir que tenemos control sobre algo que, en realidad, no nos afecta directamente. Nos da la ilusión de que, si sabemos qué hacer en teoría, estamos preparados para cualquier adversidad. Pero cuando el golpe nos alcanza, nos damos cuenta de que la teoría y la práctica son mundos distintos.
Segundo, porque cuando aconsejamos a otros, no sentimos el peso completo de sus emociones. Podemos decir "tienes que ser fuerte", "déjalo ir", "acepta lo que no puedes cambiar", porque no somos nosotros quienes debemos atravesar el duelo, el miedo o la incertidumbre. Pero cuando nos toca a nosotros, entendemos que la fuerza no es automática, que dejar ir no es tan simple y que aceptar el dolor no lo hace desaparecer.
También influye el orgullo o la negación. Es difícil para quienes han estado en el rol de consejeros admitir que ellos también necesitan ayuda. Puede parecer una contradicción aceptar consejos cuando toda la vida han sido quienes los daban. En muchos casos, hay una resistencia a mostrarse vulnerables, como si aceptar la orientación de otro fuera una señal de debilidad.
Este patrón se repite en muchos ámbitos de la vida. En la crianza, los padres aconsejan a sus hijos sobre paciencia, disciplina y control de emociones, pero muchas veces no aplican esas mismas enseñanzas en su propia vida. En el trabajo, los jefes exigen a sus empleados organización y puntualidad, pero ellos mismos incumplen sus propias normas. En la amistad, es fácil decirle a alguien que salga de una relación tóxica, pero cuando nos encontramos en una situación similar, nos justificamos y prolongamos el sufrimiento.
Entonces, ¿cómo romper este ciclo? Tal vez el primer paso sea reconocer que dar consejos no es lo mismo que vivir la experiencia. Aceptar que cuando le hablamos a otro desde la distancia, no estamos sintiendo lo que siente. Y, sobre todo, aprender que es válido pedir ayuda cuando nos toca a nosotros. La verdadera sabiduría no está en dar siempre la respuesta correcta, sino en tener la humildad de reconocer cuando necesitamos escuchar lo que alguna vez dijimos.
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