EXCUSAS
Antes de publicar este post he vuelto para reeditarlo, me pareció que una gran historia sobre la resiliencia se merecía encabezarlo, y es que, una señora de 85 años me pidió si la podía ayudar para aprender a utilizar el móvil, si sabía quién por la zona podía estar dando este tipo de información. La señora trabajo hasta los 80 años y le urgía aprender porque su marido recién comenzaba con alzheimer.
Las excusas se han convertido en una especie de refugio emocional para muchas personas, un lugar donde se esconden del miedo, la incomodidad y la responsabilidad. Las excusas no solo justifican la inacción, sino que también protegen a las personas de enfrentarse a las verdades incómodas sobre sí mismas, sus limitaciones, sus inseguridades y, sobre todo, su capacidad para cambiar.
En muchos casos, las excusas son el resultado del miedo al fracaso. Es más fácil decir: "No tengo tiempo", " ya soy mayor", "No estoy listo", " No sé hacerlo" o "Es demasiado difícil", que arriesgarse y exponerse a la posibilidad de no tener éxito. Pero al hacerlo, las personas se atan a una zona de confort que, aunque aparentemente segura, en realidad limita su crecimiento y los mantiene estancados. Las excusas actúan como cadenas invisibles que nos impiden avanzar hacia nuestras metas.
Otra razón detrás de las excusas es la falta de responsabilidad. Al buscar constantemente factores externos a los que culpar —las circunstancias, otras personas, el destino— las personas evitan mirar hacia adentro y asumir su parte en sus problemas o su falta de progreso. Es más sencillo decir: "No es mi culpa" que reconocer que, aunque no siempre podemos controlar lo que nos pasa, sí podemos controlar cómo respondemos.
Las excusas también tienen raíces profundas en la inseguridad. Muchas veces, las personas temen no ser lo suficientemente buenas o no estar a la altura de las expectativas, y las excusas se convierten en un mecanismo de defensa para evitar esa confrontación interna. Al excusarse, se libran de la presión de intentarlo y de las posibles críticas que puedan surgir.
El problema es que vivir con excusas crea una ilusión de paz a corto plazo, pero a largo plazo genera frustración, arrepentimiento y una sensación de vacío. Cada excusa es una oportunidad perdida, un paso que no se da hacia la vida que realmente se desea.
Romper con este hábito requiere honestidad brutal con uno mismo. Significa reconocer que las excusas son, en muchos casos, autoengaños disfrazados de lógica. También implica valentía para enfrentar el miedo al fracaso, la responsabilidad y la vulnerabilidad. Las personas que logran dejar atrás las excusas descubren que el mayor obstáculo para su progreso no eran las circunstancias externas, sino sus propias limitaciones autoimpuestas.
En última instancia, dejar de vivir con excusas es un acto de liberación. Es asumir el control de tu vida, aceptar que el cambio es incómodo, pero necesario, y comprometerte con el crecimiento personal sin importar los desafíos que surjan en el camino. Las excusas nos paralizan, la responsabilidad nos impulsa.
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