LA FRIALDAD HUMANA EN UN MUNDO ARDIENTE
Frialdad Humana en un Mundo Ardiente
El termómetro marca 40 grados. Un sol abrasador cae sobre la ciudad, haciendo que el asfalto arda y el aire se vuelva pesado. Pero, aun con este calor insoportable, sigue habiendo frío. No es un frío físico, sino un frío más profundo, más aterrador, la frialdad del ser humano.
Salgo por la mañana rumbo al trabajo y la escena se repite día tras día. Miradas vacías, prisas descontroladas, bocinas sonando con impaciencia. Un ejército de individuos que se creen infalibles, corriendo como si fueran los únicos que importan en el mundo. Todos tienen prisa, todos tienen un destino, pero nadie tiene tiempo para mirar más allá de su propia burbuja.
Me asquea, y lo digo sin rodeos, la manera en que el egoísmo se ha convertido en la norma. La prepotencia de quienes se sienten intocables mientras sus vidas marchan, aunque solo sea una ilusión sustentada en lo material. No hay empatía, no hay humildad. Solo veo salvajes, luchando por sus intereses, atropellando a quien se cruce en su camino. Salvajes que te miran con desprecio si cometes un error, como si ellos fueran inmunes a fallar.
Vivimos como si no hubiera un mañana, como si la muerte fuera un concepto lejano, como si el tiempo no nos fuera a cobrar factura. Pero la vida es cíclica, y tarde o temprano, el destino nos da un golpe. Y es ahí, cuando las pérdidas llegan, cuando los nubarrones aparecen, cuando el suelo se tambalea, que muchos claman al cielo y piden respuestas. Pero incluso entonces, pocos aprenden la lección. La frialdad sigue, el egoísmo persiste, y la humanidad parece cada vez más distante de su propia esencia.
Nos hemos convertido en un reflejo de la jungla, pero sin la nobleza de los animales. Ellos actúan por instinto; nosotros, por conveniencia. Crecer y evolucionar en esta frialdad no es solo una opción, es una necesidad. O aprendemos a ver más allá de nosotros mismos, o terminaremos consumidos por nuestra propia indiferencia.
La pregunta es, ¿hasta dónde vamos a llegar?
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