LOS TRAUMAS QUE QUEDAN EN EL INCONSCIENTE
Superar, pero no olvidar: la lucha con los traumas que se quedan en el inconsciente
A lo largo de la vida, enfrentamos situaciones que nos marcan profundamente. Algunos traumas los trabajamos, los enfrentamos, incluso logramos manejarlos con el tiempo, pero hay otros que, por más que lo intentemos, nunca desaparecen del todo. Se quedan en el inconsciente, como sombras que nos recuerdan que hubo un antes y que, aunque hemos avanzado, hay partes de nosotros que aún sienten miedo.
Desde pequeña, he tenido un trauma con las inyecciones, específicamente aquellas que van en el glúteo. No es un miedo irracional a las agujas en general, porque las inyecciones en otras partes del cuerpo he aprendido a sobrellevarlas. Pero cuando se trata de esa en particular, el terror sigue ahí, intacto.
La vida, en su ironía, me ha puesto en una situación en la que debo inyectarme yo misma. No son inyecciones intramusculares, sino subcutáneas, pero aun así, cada vez que tengo que hacerlo, se siente como un reto inmenso. No es solo el acto físico de pinchar la piel, sino todo lo que representa: enfrentar el trauma, lidiar con el miedo, prepararme mentalmente para el momento en que debo hacerlo sin nadie más que yo para ayudarme. Se convierte en un ritual de preparación, un proceso que va más allá del simple hecho de administrarme un medicamento.
Y aunque esto ha significado un avance, un paso hacia la superación de un miedo de años, también sé que hay límites. Lograr inyectarme a mí misma es un triunfo personal, pero eso no significa que pueda hacerlo con otra persona. No tengo la capacidad ni la valentía de inyectar a alguien más, porque la herida emocional sigue ahí. Y está bien.
Muchas veces, la gente asume que si hemos superado una parte de nuestro trauma, ya estamos listos para cualquier otra situación relacionada. Pero no es así. Sanar no es una línea recta ni una meta que se alcanza y se deja atrás. Es un proceso continuo, donde cada avance es valioso, pero no implica que todo el miedo desaparezca.
Si las personas supieran las luchas internas que cada uno lleva dentro, si entendieran las historias y el peso que cargamos, quizá juzgarían menos. Tal vez en lugar de criticar o cuestionar, se enfocarían en sí mismos, en su propio camino, en su evolución personal. Porque al final, cada uno tiene su propia misión en la vida, y estar demasiado pendiente de los demás solo desvía la energía de lo que realmente importa: nuestro propio crecimiento.
Así que sí, he avanzado, he aprendido a hacer algo que antes parecía imposible para mí. Pero sigo en el camino, sigo enfrentando mi historia, y eso es suficiente. No todo trauma se borra, pero lo importante es no dejar que nos parlicen.
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