TIENES QUE AGUANTAR
Esta idea arcaica de que una pareja es para toda la vida, pase lo que pase, no proviene del amor, sino del miedo. Miedo a la soledad, al qué dirán, a romper esquemas, a no encajar en el molde de lo que se espera.
Pero el amor no es una prisión con una única puerta de entrada y sin salidas. El amor es un espacio de crecimiento mutuo, no una prueba de resistencia al sufrimiento.
Quienes han repetido el “hay que aguantar” son, muchas veces, personas que no han trabajado su amor propio. Que aprendieron a medir su valor en función de su capacidad de soportar. Que vieron a sus madres y abuelas resignarse, que creyeron que el fracaso era separarse y no perderse a sí mismas dentro de una relación.
Pero hay otra manera de ver la vida y el amor. Entender que cada relación es una experiencia, un aprendizaje. Que no somos las mismas personas a los 16 que a los 30, y que lo que necesitamos en una etapa puede no ser lo mismo en otra. Que quedarse en una relación que duele no es sinónimo de éxito, sino de renuncia a uno mismo.
Es cierto que esto hace que quienes no siguen las normas sean vistas como raras. Porque romper con lo establecido, decir “no, yo no voy a aguantar”, desafía siglos de condicionamiento. Pero en esa rareza hay libertad, hay amor propio, hay dignidad. No se trata de huir ante la primera dificultad, sino de reconocer cuándo una relación ya no suma, sino que resta.
El verdadero fracaso no es terminar una relación, sino quedarse en una que te apaga. Porque el amor, el real, no es una cadena, sino un espacio donde se puede crecer sin miedo.
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