A CADA QUIEN SU ROL
Cuando las parejas no trabajan en resolver sus conflictos de fondo, esos desacuerdos se transforman en hábitos. Muchas veces, los problemas no son tan grandes como el peso emocional acumulado de años de discusiones no resueltas.
Paradójicamente, aunque puede parecer que estas dinámicas son negativas, a menudo se convierten en el "pegamento" que sostiene la relación. A través del conflicto, las parejas mantienen una forma de conexión, aunque sea disfuncional.
Llegar al otoño de la vida y mantener esas mismas dinámicas habla de cómo las personas pueden acostumbrarse tanto a un patrón que no conciben otra manera de relacionarse, incluso si esa manera resulta dolorosa.
En la vejez, las personas tienden a aferrarse más a sus creencias y formas de ser, lo que puede hacer más difícil cambiar patrones que han estado presentes durante décadas. Este "enraizamiento" de comportamientos puede ser un mecanismo de defensa frente al miedo al cambio, a la vulnerabilidad o incluso a la muerte.
Muchas veces, detrás de esas dinámicas de control o desacuerdo hay miedos más profundos como el miedo a ser ignorados, a perder la relevancia, o a enfrentar sus propios errores.
¿Por qué, cuando ya se acerca el ocaso de la vida, muchas parejas siguen atascadas en viejos conflictos? Tal vez porque nunca encontraron las herramientas emocionales para abordar esos temas. Pero también podría ser que, para ellos, esos conflictos son parte de su "danza" relacional.
Hay un profundo sentimiento de pena al observar cómo las personas pueden pasar toda su vida juntas sin alcanzar una paz verdadera, sin disfrutar plenamente de la compañía del otro.
El tiempo no garantiza sabiduría ni madurez emocional. Sin un esfuerzo consciente, los mismos patrones se perpetúan, sin importar la edad. Sin embargo, cada etapa de la vida también ofrece oportunidades para crecer, si se está dispuesto a mirar hacia adentro.
Un recordatorio e invitación para la próxima generación, es trabajar en lasrelaciones ahora, enfrentarn
los desacuerdos de manera constructiva y no permitir que el tiempo solidifique dinámicas negativas.
Porque los hijos, quienes los hayan decidido tener no son responsables de las dinámicas emocionales o los conflictos no resueltos de los padres. Es cierto que, cuando las parejas llegan a una edad avanzada, a menudo intentan, consciente o inconscientemente, trasladar sus cargas emocionales a los hijos, especialmente si no han sabido resolverlas en el marco de su relación. Sin embargo, los hijos y el matrimonio son dos entidades separadas, donde los padres se eligieron mutuamente, y sus desacuerdos son fruto de esa elección. Los hijos no tienen participación en esa decisión ni don responsables de reparar las consecuencias de sus dinámicas. Esta es una distinción que a veces las generaciones mayores no comprenden o prefieren ignorar.
A menudo, en la vejez, se mira hacia atrás y se siente el peso de lo no resuelto pero cada generación tiene la responsabilidad de trabajar sus propios conflictos para no transmitirlos.
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