AMAR DESDE LA HERIDA



Todos merecemos amar y ser amados

Amar desde la herida o amar desde la sanación: el desafío de abrir el corazón

En el camino del amor, hay momentos en los que nos encontramos con personas que marcan profundamente nuestra vida. Relaciones largas, intensas, con raíces profundas en el alma. Sin embargo, no siempre esas conexiones tan fuertes son sinónimo de un destino compartido. A veces, el verdadero aprendizaje está en saber soltar, no por falta de amor, sino por amor a uno mismo.

Vivimos en una cultura que idealiza el amor romántico, que nos hace creer que amar es suficiente. Pero no siempre lo es. Para que una relación florezca verdaderamente, ambos deben estar dispuestos a mirar hacia adentro, a reconocer sus heridas, a hacer el trabajo interno necesario. Y eso requiere valentía.

El espejo que incomoda

La pareja es, por excelencia, un espejo. Nos refleja tanto lo luminoso como lo oscuro. Nos muestra nuestras carencias, nuestras máscaras, nuestros miedos. Pero para que ese espejo sane, debe haber humildad. Si solo se utiliza para juzgar al otro, para señalar, para tener la razón, entonces se vuelve un campo de batalla de egos, no un espacio de crecimiento.

Hay personas que viven desde la mente, desde el control, desde la rigidez. Que opinan, critican, exigen, pero que rara vez escuchan o se permiten cuestionarse. Su herida es tan profunda que han construido fortalezas para protegerse… pero esas mismas murallas también los aíslan. Les cuesta soltar el mando, aceptar otra perspectiva, dejar que alguien entre realmente en su corazón.

Y por más amor que haya, si uno de los dos no se deja tocar por el vínculo, si no hay apertura, no hay evolución compartida. Porque el amor solo se transforma cuando circula en ambas direcciones.

La sanación emocional: una responsabilidad propia

Antes de pedirle al otro que cambie, es necesario preguntarnos si nosotros estamos sanando lo nuestro. No para volvernos perfectos —porque nadie lo es—, sino para habitar las relaciones desde un lugar más consciente, más maduro, más amoroso.

Sanar no siempre significa haber resuelto todo. A veces, sanar es simplemente tener la humildad de decir: “No lo sé todo, no tengo todo bajo control, pero estoy dispuesto a mirar mi dolor, a dejarme ayudar, a permitir que el otro me muestre lo que yo no veo”. Eso ya es un acto de amor inmenso.

Terapias como el péndulo hebreo, la biografía, la meditación, o el trabajo con la sombra, no son solo herramientas espirituales. Son puertas para dejar entrar luz allí donde hemos puesto oscuridad. Pero nadie puede obligar a otro a cruzarlas. La voluntad de sanar debe nacer de dentro.

Soltar no es fracaso

Llega un momento en el que, por más que amemos, debemos aceptar que no podemos hacer el camino por el otro. Que si el otro no quiere cambiar, crecer o abrirse, eso no nos define a nosotros. Que soltar también es amar. Que cerrar una puerta puede ser el inicio de nuestra propia libertad emocional.

Porque hay vínculos que no pueden convertirse en pareja. Ni siquiera en amistad. Porque están tan llenos de control, de juicio, de desequilibrio, que solo drenan nuestra energía. Y quedarse allí, por nostalgia o por lealtad, es un acto de desamor hacia uno mismo.

La gran pregunta es: ¿desde dónde estamos amando? ¿Desde una herida que busca ser salvada? ¿Desde la necesidad de que el otro cambie para yo estar bien? ¿O desde un lugar de encuentro entre dos almas que, aun con sus imperfecciones, quieren caminar juntas desde la verdad?

Amar no es aguantar lo insano. Amar no es seguir intentándolo cuando ya se ha intentado todo. Amar, a veces, es mirar con compasión al otro y decir: “Hasta aquí. Que la vida te lleve por tu camino, y yo por el mío”.

Y así, en ese acto de soltar con conciencia, nace algo nuevo: el amor propio. Ese que no es egoísta ni frío, sino profundamente sabio. Ese que nos recuerda que merecemos vínculos donde podamos crecer, compartir y sanar… no solo sobrevivir.


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