DESARROLLAR EL MÚSCULO DEL ALMA
Desarrollar el músculo del alma: Una mirada antroposófica al septenio de los 49 a los 56 años
Hace algunos años, leí un libro profundamente revelador titulado La medicina para la salud y el conocimiento de sí mismo, basado en la medicina antroposófica. Sus autores —Juan Camilo Botero, Silvia Ángel Cuesta y Francesca Villarraza— exploraban la biografía humana desde una perspectiva integradora, conectando cuerpo, alma y espíritu. Uno de los pasajes que más resonó en mí fue aquel que abordaba la transición hacia el séptimo septenio de la vida (de los 49 a los 56 años), y cómo este momento vital nos llama a reenfocar nuestras energías, no solo hacia el cuerpo, sino sobre todo hacia el alma.
Esta idea, está inspirada en las enseñanzas de Rudolf Steiner, fundador de la antroposofía, siendo más relevante hoy que nunca.
Steiner propuso que la vida humana se desarrolla en ciclos de siete años, llamados septenios. Cada septenio tiene desafíos, aprendizajes y tareas específicas para el desarrollo del alma y del espíritu. Mientras que los primeros septenios están profundamente ligados al cuerpo físico (infancia, juventud, consolidación social), a partir de los 42 años comenzamos a entrar en una fase de interiorización, síntesis y madurez espiritual.
Entre los 49 y los 56 años —el séptimo septenio— el alma comienza a demandar un protagonismo más claro. Es una etapa en la que muchos seres humanos sienten la urgencia de darle un nuevo sentido a la vida, más allá de lo material o corporal. Sin embargo, vivimos en una cultura que glorifica la juventud, el rendimiento físico y la apariencia externa, empujando a muchas personas (sobre todo hombres, aunque cada vez más mujeres) a volcarse a una práctica física desmesurada, como si el cuerpo pudiera retener, a fuerza de músculo, una juventud que naturalmente comienza a replegarse.
El culto al cuerpo en la madurez: ¿Salud o evasión?
En nuestra sociedad, es común ver a personas de 50 años obsesionadas con los gimnasios, las dietas extremas, las maratones y el ejercicio físico intenso. En principio, esto no tiene nada de malo. El cuerpo necesita mantenerse activo para estar saludable. Pero la pregunta profunda que la antroposofía plantea es: ¿desde dónde se está haciendo ese ejercicio? ¿Qué necesidad real lo impulsa?
Steiner sugería que en esta etapa de la vida, si bien el cuerpo físico debe cuidarse, no debe ser sobreexigido. El corazón, en especial, necesita ser escuchado. No solo en el sentido fisiológico, sino también en su dimensión simbólica: el corazón como centro del alma, del sentir profundo, de los afectos, de la conexión con los demás y con uno mismo.
Cuando nos centramos exclusivamente en el entrenamiento físico en esta edad, muchas veces lo hacemos para evitar mirar hacia adentro. El cuerpo se convierte en un refugio, una distracción, una forma de evitar la confrontación con la biografía personal, con las preguntas incómodas: ¿Qué he hecho con mi vida? ¿Qué sentido tiene mi existencia hoy? ¿Qué tengo aún por ofrecer?
El músculo que pide ser desarrollado: el alma
Steiner decía que a esta edad, más que fortalecer el bíceps, había que ejercitar el alma. ¿Qué significa esto?
Significa cultivar la interioridad, la autoconciencia, el conocimiento profundo de uno mismo. Significa mirar el camino recorrido con honestidad, comprender los patrones de conducta, los dolores no resueltos, las decisiones que nos marcaron, las heridas abiertas. Es un tiempo para reconciliarse con la historia personal, para transformar el sufrimiento en sabiduría.
Desarrollar el músculo del alma implica prácticas diferentes al gimnasio: implica silencio, contemplación, arte, escritura, escucha interior, meditación, diálogo honesto, perdón, y sobre todo, presencia. No se trata de volverse estático ni sedentario, sino de equilibrar el hacer con el ser, la acción con la reflexión.
Este trabajo interior, si bien puede resultar desafiante, es profundamente liberador. Porque es en esta etapa donde realmente comenzamos a despegarnos de las expectativas externas, de las metas impuestas, de los roles que alguna vez nos definieron. Surge la posibilidad de vivir con autenticidad.
Hacia una madurez plena
En lugar de ver esta etapa como un declive, Steiner y la medicina antroposófica la entienden como una puerta hacia una madurez plena, una segunda mitad de la vida más rica, más sabia, más compasiva. Si en la primera parte de la vida el mundo nos exigía conquistar, acumular, competir, ahora el alma nos pide integrar, soltar, comprender.
Esto no significa dejar de hacer ejercicio, sino hacerlo desde otro lugar. Hacerlo con gratitud, con respeto por el cuerpo que nos ha traído hasta aquí, con conciencia de sus límites. Y al mismo tiempo, nutrir con igual intensidad el alma: leer, crear, amar, acompañar, comprender, conectar.
Porque el verdadero bienestar no está en cuánto peso levantamos, sino en cuánta luz somos capaces de sostener dentro de nosotros. Y esa luz solo se cultiva cuando empezamos a trabajar el músculo más profundo y olvidado de todos: el del alma.
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