EL PRECIO DE LA CODICIA, CUANDO EL BENEFIO PESA MÁS QUE LA DIGNIDAD


Vivimos en una era donde la palabra “productividad” se ha convertido en la vara con la que se mide absolutamente todo. Pero, ¿qué sucede cuando esta obsesión por el rendimiento y la rentabilidad va en detrimento de lo más básico: el respeto a quienes sostienen el día a día de una empresa?

En muchos sectores, especialmente en aquellos servicios externalizados como la limpieza, el mantenimiento o la seguridad, existe una práctica cada vez más común (y preocupante): empresarios que exprimen al trabajador mientras inflan los costes para sus clientes. Todo esto bajo la excusa de que “los gastos han subido” o que “hace años que no actualizan tarifas”. Pero cuando uno rasca un poco la superficie, lo que encuentra no es una fórmula justa de negocio, sino una estrategia deliberada para maximizar ganancias a costa de los de siempre: los trabajadores.

¿Quién no ha conocido a una de esas trabajadoras incansables que, con contrato parcial, asume tareas que no le corresponden, apoya en lo que puede más allá de su rol y lo hace con un profesionalismo ejemplar? Y, sin embargo, estas personas se encuentran muchas veces atrapadas entre una empresa que no las valora y un sistema que las invisibiliza.

El colmo llega cuando, ante la posibilidad de ampliar sus horas laborales —y con ello mejorar su salario y estabilidad—, aparece un presupuesto inflado, ilógico, casi disuasorio. Y uno se pregunta: ¿realmente no pueden pagar lo justo o simplemente no quieren que esa persona mejore su situación? ¿Se trata de un modelo de negocio o de un modelo de abuso legalizado?

La realidad es que muchos empresarios han aprendido a enriquecerse sin construir, sin cuidar, sin sostener. Se escudan en que “los márgenes son pequeños” mientras mantienen prácticas de explotación encubierta, aprovechándose de la externalización para desentenderse de responsabilidades laborales y humanas.

Y no, no se trata de demonizar la figura del empresario. Se trata de exigir coherencia, ética y respeto. Porque no es admisible que, en pleno siglo XXI, sigamos tolerando modelos empresariales que operan como si los trabajadores fueran herramientas desechables. La dignidad no debería ser un coste extra.

Al final, la pregunta no es solo cuánto cuesta un servicio, sino cuánto vale el trabajo humano. Y ahí es donde muchos modelos empresariales actuales están suspendiendo con escándalo.

El karma del abuso; lo que los explotadores no quieren ver

Hay algo que ciertos empresarios, jefes y directivos parecen haber olvidado —o tal vez nunca han querido mirar de frente— que todo acto deja huella. Que por cada injusticia cometida, por cada abuso disfrazado de “estrategia empresarial”, hay una consecuencia que no se borra en los balances contables. El alma también factura.

En una sociedad que premia la avaricia, se aplaude al que “sabe hacer dinero” sin importar cómo, y se romantiza al “tiburón” que se come al más débil, hemos perdido el contacto con una verdad profunda; no hay fortuna que te salve del peso de tus actos.

Quienes exprimen a sus trabajadores, quienes niegan oportunidades por ego, quienes inflan precios para que el otro no crezca, tal vez no lo paguen en esta vida con una multa o con la ruina financiera. Pero lo que muchos ignoran —o se niegan a aceptar— es que la factura siempre llega, aunque sea en forma de vacío interior, relaciones rotas, enfermedades que nadie explica o un final amargo lleno de soledad.

Porque nadie se lleva el dinero al otro lado. Y cuando se crucen con la muerte —esa que a todos iguala, sin importar cuántos ceros tengan en su cuenta— no podrán justificar su éxito a costa del sufrimiento ajeno. No podrán explicar el silencio, la indiferencia o la frialdad con la que pasaron por esta vida sin mirar al otro a los ojos.

Creer que uno puede dañar impunemente es de una soberbia espiritual brutal. El karma no es venganza ni castigo. Es simplemente el eco de tus propias elecciones, el espejo que no puedes romper. Y hay quienes están sembrando tanto dolor, tanto abuso, tanta injusticia, que el retorno será inevitable.

Así que sí: tal vez ahora vivan bien, se vistan bien, aparenten éxito. Pero no hay corbata que tape la podredumbre del alma. Y cuando llegue la hora —porque siempre llega—, no contarán los euros que ganaron, sino las vidas que tocaron… o destruyeron.

No todos los empresarios son iguales, al igual que los trabajadores. Hay quienes entregan mucho más de lo esperado, incluso sin recibir un extra, y otros que apenas cumplen con lo mínimo. En el mundo laboral, como en la vida, siempre hay de todo.


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