VIVIR COMO CABALLOS DESBOCADOS, EL PRECIO DE LA VELOCIDAD SIN RUMBO (PARTE I)
Vivimos en una época marcada por la prisa. Todo debe hacerse ya. El éxito se mide en productividad, seguidores, ingresos o logros visibles. Nos movemos con la fuerza ciega de un caballo desbocado, galopando sin pausa, sin dirección clara, con la adrenalina como única brújula. Pero, ¿hacia dónde corremos?
El caballo desbocado no se detiene a mirar el paisaje. No reconoce el terreno que pisa. Solo corre, impulsado por un miedo invisible o por la urgencia de escapar de algo que ni siquiera entiende. Así vamos muchos por la vida: trabajando sin descanso, consumiendo sin medida, compitiendo sin sentido. Creemos que llegar rápido es más importante que llegar bien.
Y en ese galope desenfrenado vamos dejando atrás lo que realmente sostiene la vida:
El amor.
El respeto.
El cariño.
La ternura.
La compasión.
¿De qué sirve llegar a la cima si en el camino olvidamos abrazar a quienes amamos? ¿Qué valor tiene un logro si lo conseguimos a costa de nuestra salud emocional o del bienestar de otros?
Vivir como un caballo desbocado es vivir sin presencia, sin pausa, sin conexión. Es actuar como si el tiempo fuera un enemigo y no un aliado. Es dejar de lado lo que nos hace humanos para convertirnos en piezas de un engranaje que solo sabe avanzar.
Pero también podemos elegir otra cosa. Podemos recuperar el paso consciente, mirar a los ojos, decir “te quiero”, tener paciencia, respirar hondo. Podemos volver a ser humanos completos, sensibles, atentos. Podemos elegir bajarnos del caballo, aunque el mundo siga corriendo.
Porque, a veces, lo más revolucionario no es correr más rápido, sino detenerse.
Comentarios
Publicar un comentario