CADA UNO DEBE ATRAVESAR SU PROPIO DESIERTO EMOCIONAL

Vivimos en un mundo donde muchos esperan que otros hagan por ellos el camino que no están dispuestos a recorrer. Se han acostumbrado a poner en manos ajenas su malestar, su historia, sus vacíos... esperando alivio sin compromiso, cercanía sin profundidad, y compañía sin transformación.

Y los que sí hemos hecho el trabajo —el trabajo real, el trabajo de alma— nos encontramos muchas veces exhaustos, frustrados, decepcionados. No por haber hecho ese camino, sino por tener que seguir arrastrando las heridas de otros que ni siquiera se asoman a mirar las suyas.

El desierto emocional no se delega y es que  cada ser humano, si quiere vivir con verdad, debe atravesar su propio desierto emocional. Nadie puede cruzarlo por él. Nadie puede limpiar las heridas, romper los patrones, desenredar los hilos de su árbol genealógico... si él mismo no se pone de pie, respira hondo, y se decide a mirar hacia dentro.

Quien no lo hace, no puede quejarse después cuando los que sí lo hemos hecho ponemos límites, cerramos puertas, o nos alejamos del drama. Porque llega un momento en que no se trata de egoísmo, sino de cuidado del alma. De no volver a sentarse en mesas donde se sirven solo quejas, reproches y repeticiones. De no querer cargar más con mochilas que no nos pertenecen.

Algunos vinimos a romper linajes, hay quienes hemos sentido desde siempre que no encajamos, pero no por rechazo, sino porque vinimos a hacer algo distinto. A mover energías detenidas. A traer luz donde había sombras. A abrir caminos donde todo estaba estancado. Y eso, aunque a veces no se ve desde afuera, es un trabajo monumental. Y eso conlleva, muchas veces, soledad, incomprensión, silencio, y sí, también cansancio.

Pero lo que agota no es solo el camino. Lo que agota es ver que muchos a nuestro alrededor siguen creyendo que la vida es solo, sobrevivir, sin preguntarse nada. Sin despertar. Sin profundizar. Sin responsabilizarse del alma, del cuerpo, del dolor.

La espiritualidad no es evasión: es revolución interior. Tú que lees esto y sabes que viniste a algo más profundo, no estás loco. No estás solo. No estás exagerando. Estás despertando.

La vida no es solo rutina. No vinimos aquí a “pasar el rato”. Vinimos a evolucionar, a sanar, a transformar. Y cada uno debe asumir su parte del viaje.

No te sientas culpable si decides cerrar ciclos, marcar distancia, dejar de sostener a quienes no quieren sostenerse solos. No es frialdad. Es madurez espiritual.

Para muchos, un “negocio de éxito” es dinero y estabilidad. Pero para quienes estamos en este camino, el verdadero éxito es poder tener un espacio propio, limpio, en paz. Un hogar donde el alma respire, donde la energía no sea invasiva, donde podamos vivir con autenticidad.

Ese es nuestro lujo. Y no pedimos demasiado. Solo pedimos que, si compartimos la vida con alguien, esa persona también haya caminado su propio desierto. Que no nos pida ser su muleta. Que no le huya al espejo. Que no le tenga miedo al silencio. Que ame sin cargar. Que respete nuestra libertad, nuestra historia, nuestras heridas, nuestro perro si hace falta, y también nuestros rituales.  Porque después de tanta transformación, el alma ya no quiere mendigar afecto. Quiere presencia. Quiere verdad.


Si  estás cansado de sostener lo que no es tuyo, suéltalo con amor.

Si sientes que ya no puedes cargar con las heridas ajenas, deja el fardo en el camino.

Y si necesitas recordar que no estás solo, aquí va esto:

🌟 No todos caminan tu camino. Pero algunos estamos en el mismo desierto, con los pies llenos de polvo y el corazón abierto. No estás solo. Sigue adelante.

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