CUANDO LA BELLEZA ERA REBOSANTE
Las Tres Gracias, el Tres de Copas y el canon de la belleza femenina a través del tiempo
A lo largo de la historia, el arte ha sido espejo de los valores y sensibilidades de cada época. En ese reflejo, uno de los temas más recurrentes ha sido la representación de la mujer.
—"Las Tres Gracias" y el Tres de Copas del tarot— permiten explorar no solo la evolución estética del cuerpo femenino, sino también su carga simbólica y espiritual.
Las Tres Gracias: belleza, gozo y abundancia
El cuadro de "Las Tres Gracias" de Peter Paul Rubens, pintado alrededor de 1639, nos muestra, tres mujeres desnudas, de formas suaves y redondeadas, se abrazan en una danza de sensualidad, alegría y armonía. Estas figuras, tomadas de la mitología griega, representan a las hijas de Zeus: Eufrosina (alegría), Talia (florecimiento) y Áglae (belleza).
Rubens, fiel a la estética barroca, exaltaba cuerpos femeninos rebosantes de carne y vida, con vientres suaves, muslos redondos y senos generosos. Estas mujeres eran el ideal de belleza de su tiempo: saludables, fértiles, humanas. No eran diosas lejanas e inalcanzables, sino símbolos de la naturaleza misma: voluptuosa, cíclica, generosa.
El Tres de Copas: celebración femenina
El Tres de Copas, en el tarot, también muestra a tres mujeres danzando en círculo, alzando copas al cielo en señal de celebración. Esta imagen comparte con Las Tres Gracias la alegría, la unión femenina y la abundancia emocional. Aquí, las mujeres simbolizan el poder del vínculo, de la comunidad, del goce compartido.
El tarot, como el arte clásico, recurre a arquetipos universales. Estas figuras representan la energía femenina en su máximo esplendor: creadora, intuitiva, festiva. No importa la forma de sus cuerpos: lo que se celebra es la conexión, la fertilidad, la espiritual, el placer de vivir.
Durante siglos, las mujeres “entradas en carnes” fueron vistas como el epítome de la belleza. Desde las Venus paleolíticas hasta las modelos del Renacimiento, la gordura era símbolo de salud, poder económico, fertilidad y bienestar. Una mujer con curvas hablaba de abundancia: podía gestar hijos, alimentar una familia, y mostraba que su hogar no conocía el hambre.
Esta visión también reflejaba una aceptación más generosa de lo humano. La perfección no se buscaba en la delgadez extrema, sino en el equilibrio, en la sensualidad natural. No se trataba de eliminar defectos, sino de exaltar la vida.
Del cuerpo vivido al cuerpo estilizado, con la llegada de la modernidad y la industrialización, el canon empezó a cambiar. La delgadez se asoció con el control, la disciplina, el éxito. En el siglo XX, especialmente a partir de los años 60 con la figura de Twiggy, la modelo ultra delgada, el ideal empezó a estrecharse —literalmente. La mujer perfecta era ahora ligera, etérea, casi ausente.
Hoy en día, en muchas industrias visuales y de moda, ese canon ha llegado a extremos que rozan lo enfermizo. La belleza se mide por centímetros, dietas restrictivas y filtros de Instagram. Las curvas se editan, se esconden, o se sustituyen por formas artificiales. Lo humano se transforma en avatar, y lo natural, en imperfección.
Volver a las Gracias
Pero hay señales de cambio. Movimientos de aceptación corporal, feminismos diversos y nuevas voces artísticas han comenzado a cuestionar estos estándares imposibles. Se habla de cuerpos reales, de belleza inclusiva, de salud integral. Las Tres Gracias vuelven a resonar como símbolo: cuerpos vivos, diversos, celebrando juntas la existencia.
Al igual que el Tres de Copas, el arte puede seguir siendo una herramienta para recordar que la belleza verdadera es aquella que se mueve, que ríe, que baila con otras, que existe más allá de lo perfecto. Quizás, en el fondo, nunca se trató del cuerpo, sino de la forma en que lo habitamos.
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