EL PODER ANCESTRAL DEL CIRCULO FEMENINO
Antiguamente, en muchas culturas del mundo, las mujeres se reunían en círculos o comunidades donde compartían experiencias, sabiduría y apoyo mutuo.
Estos espacios eran fundamentales para el tejido social y emocional de las comunidades. Se transmitían conocimientos sobre crianza, salud, sexualidad, espiritualidad, y eran lugares seguros donde cada mujer podía ser vista y escuchada. No se trataba de competencia, sino de colaboración.
El círculo femenino no era solo simbólico: era una red de contención emocional y práctica. Las mujeres parían juntas, cuidaban juntas, lloraban juntas. Esa unión respondía a una necesidad natural de sobrevivir y prosperar en colectivo, no en competencia.
Con el avance del sistema patriarcal, la industrialización, el individualismo y ciertos ideales del capitalismo, esa red fue debilitándose. La mujer fue aislada, primero en el espacio doméstico, luego compitiendo por atención, validación y éxito en un mundo que pone a unas en contra de otras, especialmente en lo estético.
Hoy en día, se observa un fenómeno contradictorio: mientras se habla de “sororidad”, en la práctica muchas mujeres experimentan lo contrario. La competencia encubierta, los celos, las críticas sutiles o abiertas, el juicio constante por el cuerpo, la edad, la maternidad o no maternidad, el éxito profesional, etc.
Cuando no hay afinidad o cuando una mujer representa una amenaza (sea por belleza, inteligencia, seguridad), muchas veces no se crea un puente sino una barrera. La relación pasa a ser una lucha de poder, no de empatía.
Estamos en un punto donde se ha infantilizado la imagen femenina, una cultura de una que reduce el valor de la mujer a su estética, a su capacidad de complacer visualmente, no a su fuerza, inteligencia o espiritualidad. Esto fomenta una competencia basada en el escaparate, no en la esencia.
La imagen femenina se ha convertido en un producto de consumo, lo que lleva a muchas mujeres a sentirse en guerra constante con otras, en lugar de aliadas. Si todo se valora desde lo externo, la profundidad muere. Y cuando la profundidad muere, lo que queda es una relación de apariencias, donde lo que se muestra por delante puede ser una sonrisa y por detrás una puñalada.
La envidia femenina es otro gran tabú. Se habla poco, se reconoce menos, pero actúa con fuerza. Puede disfrazarse de amabilidad, de cercanía, pero muchas veces se trata solo de una vigilancia disimulada. En lugar de celebrar los logros de otras, muchas mujeres sienten que el brillo ajeno apaga el propio, cuando en realidad podría ser una oportunidad de inspiración y crecimiento.
Esto da lugar a vínculos falsos, donde se presenta una cara por delante (apoyo, empatía, supuesta admiración) y otra completamente distinta por detrás (crítica, juicio, deseo de fracaso). Es un juego de máscaras, profundamente desgastante.
Pero todo esto puede cambiar. A través de la sanación heridas y que conlleva:
La autoexploración y honestidad emocional, esto es reconocer la envidia, los juicios, los automatismos aprendidos. No desde la culpa, sino desde la conciencia.
Revalorar la autenticidad ya que no todas las mujeres deben llevarse bien, pero sí pueden respetarse desde la honestidad. Eliminar la hipocresía social para establecer relaciones más reales, incluso cuando no hay afinidad.
Recuperar la profundidad del vínculo femenino es volver a los espacios donde el compartir sincero es posible. Los nuevos círculos femeninos, las comunidades conscientes, la espiritualidad femenina, la maternidad compartida, el emprendimiento colaborativo... son formas de volver a ese tejido ancestral.
La mujer no es enemiga de la mujer por naturaleza. Lo ha sido por condicionamiento, por dolor heredado, por estructuras que han enseñado a competir en lugar de compartir. Pero hay una nueva conciencia que está surgiendo, un deseo de volver a ese origen donde la mujer no es rival, sino reflejo.
Lo importante ahora es tomar conciencia, observar con honestidad y reconstruir los vínculos desde la verdad y la compasión. Porque cuando una mujer sana su relación con otras mujeres, también sana su relación consigo misma.
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