ESCENARIOS PROFANOS
Falsos salvadores, ¿una humanidad atrapada en un ritual encubierto?
En los últimos años, una creciente sensación de inquietud se ha instalado en millones de personas alrededor del mundo. Algo no cuadra. La cultura, la política, el entretenimiento y hasta los rituales sociales parecen haber tomado un giro desconcertante. Para muchos, esta transformación no es casual ni espontánea, sino parte de un proceso más amplio, quizá incluso planificado, donde los símbolos, las narrativas y las emociones son utilizados para dirigir el destino colectivo.
Una canalización recibida en medio del caos social lo sintetizaba así: “Primero nos unirán, y luego se presentarán como salvadores. Pero serán los falsos.” Una frase simple, pero inquietantemente vigente.
El escenario de la música popular —tradicionalmente espacio de expresión artística— ha comenzado a parecerse más a un templo profano. Con frecuencia creciente, los espectáculos musicales de gran escala exhiben una estética marcada por imágenes de sacrificios, figuras demoníacas, simbolismo oculto y dramatizaciones de poder o posesión.
Eventos como los Grammy, el Super Bowl o los MTV Awards han presentado puestas en escena con cruces invertidas, ojos que todo lo ven, fuego, cuernos, jaulas y coreografías que recuerdan a invocaciones. Algunos dirán que es provocación estética o marketing, pero otros reconocen patrones preocupantes: un lenguaje simbólico que se repite, como si se comunicara algo por debajo de la superficie.
Expertos en simbología advierten que estos elementos no son azarosos. “La élite cultural no elige estos símbolos porque sean atractivos, sino porque contienen significado. La repetición constante genera aceptación inconsciente”, comenta una analista de comunicación esotérica que prefiere mantenerse anónima.
Incluso los rituales más íntimos y espiritualmente cargados, como las bodas, no han escapado a esta transformación. Si antes representaban la unión sagrada entre dos almas, ahora abundan ceremonias temáticas que desdibujan su esencia: matrimonios enmascarados bajo estilos góticos, ocultistas o directamente satíricos, donde el símbolo pierde su sentido profundo y se convierte en una caricatura.
¿Estamos asistiendo a una desacralización sistemática? ¿Una inversión de valores donde el amor verdadero es reemplazado por la espectacularización del ego y la superficialidad?
En este contexto, la aparición de figuras carismáticas que prometen soluciones totales —ya sean políticos, influencers, gurús o tecnólogos— plantea una pregunta urgente: ¿estamos ante verdaderos líderes o ante una nueva generación de “falsos salvadores”?
El fenómeno no es nuevo. La historia está llena de líderes que surgieron en medio del caos ofreciendo paz, solo para sumergir a los pueblos en nuevas formas de control. Hoy, sin embargo, la diferencia radica en la velocidad con que estos personajes emergen y se consolidan, gracias al poder de las redes, la inteligencia artificial y los medios concentrados.
“Cuando una crisis es demasiado perfecta para justificar una solución radical, conviene preguntarse quién se beneficia realmente”, señala una investigadora de medios y propaganda.
No somod pocos los que vemos paralelismos entre los eventos actuales y antiguos mitos o profecías. La idea de una “purificación global”, de una falsa redención antes de una revelación verdadera, aparece en diversas tradiciones espirituales. ¿Y si estuviéramos viviendo una representación ritual a escala planetaria, donde la población es partícipe sin saberlo?
La estética del caos, la glorificación del vacío y la constante exposición al miedo y la violencia podrían no ser simples reflejos de una sociedad enferma, sino herramientas deliberadas para moldear creencias y conductas. Un rito de paso colectivo, pero dirigido por intereses oscuros.
Frente a este panorama, el mayor acto de resistencia no es el rechazo violento ni la paranoia, sino el discernimiento. Volver a sentir, a observar con atención, a cuestionar lo que se nos presenta como “normal”. Reconectar con valores auténticos, con una espiritualidad no mediada, con la verdad interior que no necesita espectáculo.
Quizá el caos actual no sea el fin, sino una invitación al despertar. A distinguir entre lo sagrado y lo profano, entre el símbolo vacío y el sentido verdadero, entre el falso guía y la voz interior.
Porque si es cierto que el mal ha tomado el escenario, también lo es que el alma humana —cuando despierta— no necesita luces, ni shows, ni salvadores. Solo verdad.
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