LADRONES DE LUZ


Dios no nos llamó a sostener a quienes han decidido habitar eternamente en el valle del dolor, mientras desprecian la mano que los levanta. Hay personas que no buscan transformación, sino asistencia perpetua. No quieren lo que somos; quieren lo que portamos. No honran nuestra esencia, sino que se alimentan del fruto de nuestro buen hacer.

Son ladrones de brillo, drenadores de propósito. Adictos al caos, dependientes del drama, esclavos de una identidad construida en la miseria. Vuelven una y otra vez al mismo lodo, no por ignorancia, sino por rebeldía. No aplican, no obedecen, no escuchan a Dios. Solo esperan que alguien más cargue lo que ellos se niegan a soltar.

Y si no discernimos, nos desgastamos. Nos frustramos al ver que nuestras manos se vacían sin fruto, que nuestra energía se invierte en causas que no buscan redención sino dependencia. Nos retrasamos. Perdemos la paz. Dudamos de nuestro llamado porque confundimos misericordia con esclavitud emocional.

Pero Dios no nos llamó a ser bastones. Nos llamó a ser compañeros de camino. No somos el salvador de nadie. Fuimos hechos luz, no sombra. Fuimos diseñados para brillar, no para apagar nuestro fuego en nombre de una compasión mal entendida.

Cargar con cargas que otros eligieron no es amor, es distracción. El verdadero amor confronta, corrige, impulsa… no facilita la pereza espiritual ni la victimización eterna.

Porque no todos los ladrones llevan pasamontañas. Algunos vienen con manos extendidas, pero corazones cerrados. No buscan a Dios, solo buscan recursos. No quieren guía, solo quieren soluciones.

Por eso, debemos aprender a discernir: hay quienes están en proceso y merecen ser sostenidos, y hay quienes han hecho del valle su trono y de la ayuda ajena su sistema.

Dios no nos llama a la perfección, nos llama al propósito. Y a veces, caminar hacia ese propósito significa soltar a quienes no quieren avanzar. No por falta de amor, sino por fidelidad a Aquel que nos envió.

Dios nos  llama a ayudar a todos, pero con sabiduría:

Proverbios 3:27 dice: "No te niegues a hacer el bien a quien es debido, cuando tuvieres poder para hacerlo".

Gálatas 6:10: "Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe."

Esto sugiere una actitud general de ayuda, especialmente hacia los necesitados y los hermanos en la fe.

No ayudar al perezoso crónico o al aprovechado

Tesalonicenses 3:10: "El que no quiera trabajar, que tampoco coma."
Este verso es usado a veces para decir que no debemos facilitar la irresponsabilidad o la vagancia. Ayudar a alguien que se niega a esforzarse puede ser contraproducente.

Evitar apoyar el mal comportamiento

Proverbios 19:19: "El hombre de gran ira llevará el castigo; y si lo libras, volverás a hacerlo."
Aquí se sugiere que ayudar a alguien a evitar las consecuencias de su mal carácter no lo cambia, solo refuerza su conducta.

Salmos 1:1: "Bienaventurado el hombre que no anduvo en consejo de malos..."
Este versículo habla de no asociarse ni dar apoyo a quienes viven en maldad o desprecio de Dios.


Ayudar sin ser cómplices

No se debe ayudar a personas de una manera que te convierta en cómplice de su pecado, mentira o corrupción. Jesús ayudó incluso a pecadores, pero siempre con el llamado al arrepentimiento ("Vete, y no peques más" - Juan 8:11).


Dios no quiere que ayudemos a personas de manera que promovamos la injusticia, la pereza, el pecado o que pongamos en riesgo nuestra propia integridad. Pero tampoco debemos usar eso como excusa para negar misericordia o compasión. La clave es discernir cuándo la ayuda edifica... y cuándo solo perpetúa el daño.

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