CUANDO EL TREN YA NO PASA
Hay momentos en la vida en los que una se cansa. No por falta de amor, ni por debilidad, sino porque hay un límite que se alcanza cuando has dado demasiado. Y cuando ese límite se cruza, algo dentro cambia. No es rabia. No es tristeza. Es claridad.
A veces las personas se acostumbran a tu presencia sin realmente valorarla. Se van, vuelven, se alejan, regresan… como si fueras una puerta que siempre estará abierta, como si tu tiempo, tu energía, tu corazón no costaran nada. Y una, con cariño, con fe, con esperanza, abre la puerta una vez más. Hasta que un día ya no. No porque se acabó el amor, sino porque empezó el respeto propio.
También hay lugares, entornos, rutinas que una vuelve a habitar cuando la vida se desordena. Y al volver, se da cuenta de que nada ha cambiado. Que todo sigue anclado en viejas formas, en viejos discursos. Que lo que una necesita —comprensión, escucha, alivio— no está ahí. Y entonces te preguntas, ¿por qué tanto ruido ahora que he decidido avanzar?
Porque no es justo que las personas te quieran solo cuando te vas. Que empiecen a jalarte cuando ya no te queda nada por entregar. Eso no es amor. Eso es miedo a tu independencia, a tu fuerza, a que ya no los necesites.
A veces la vida te pone frente a una decisión: quedarte donde ya no floreces o irte aunque duela. Porque los trenes no pasan toda la vida. Y esta vez, decidí ser yo la que no vuelve.
Con cariño,
✨ Ladiosaquetehabita ✨
Comentarios
Publicar un comentario