LA CORREA INVISIBLE

Cómo nos encadenamos a nosotros mismos sin darnos cuenta



Mientras trabajaba en mi oficina, mi perrito  Golfo espera tranquilo  tranquilo junto a mi, hasta que completemos nuestra jornada. Él lleva puesta su correa, pero  Tiene libertad de movimiento suficiente para llegar a su agua y a su comida. Sin embargo, no lo hace. Me mira de vez en cuando y se queda quieto, observando su entorno como si una barrera invisible lo retuviera. A pesar de que nadie lo limita, él actúa como si no tuviera movilidad y es que como digo no es que no pueda moverse; es que cree que no puede. Su comportamiento está condicionado por experiencias pasadas. Asocia la correa con una limitación, y esa creencia lo inmoviliza. Solo cuando alguien lo anima, lo acompaña y le muestra que puede avanzar, se atreve a hacerlo.

Y por un momento recordé el cuento del elefante en el circo ese que desde pequeño fue atado a una estaca que no podía arrancar, ilustra este fenómeno de manera aún más impactante. Cuando crece, el elefante, aunque fuerte y perfectamente capaz de liberarse, ya no lo intenta. Cree que sigue siendo aquel pequeño sin fuerza, y así, su mente se convierte en su verdadera prisión.

Este pequeño gesto cotidiano cotidiano en mi perrito y el elefante guarda una profunda metáfora que trasciende lo anecdótico.  De forma parecida, muchas personas viven con "correas invisibles" que les impiden avanzar. No son ataduras reales, sino mentales: miedos, inseguridades, viejas heridas, creencias heredadas o autoimpuestas.

Lo sorprendente es que, al igual que  estos animales, los seres humanos también tienemos la llave de nuestra propia jaula. La libertad existe, pero muchas veces es necesario que alguien —o algo— les recuerde que pueden moverse, que pueden romper esos límites que alguna vez fueron reales, pero que ahora solo sobreviven en su interior.

El cambio comienza con la conciencia. Reconocer que esa "correa" no está amarrada, que hay más espacio para moverse del que se cree, es el primer paso hacia una vida más libre y auténtica. A veces basta una conversación, una lectura, una experiencia reveladora para sacudir esa percepción. Otras veces, es necesario un trabajo más profundo de sanación y crecimiento personal.

Lo importante es no asumir que el pasado dicta el presente. Nadie está condenado a repetir los mismos patrones. Como el perrito que descubre que puede alcanzar el agua, cada persona tiene la posibilidad de descubrir que puede hablar, actuar, crear, amar, emprender... sin que nada externo se lo impida y muchos menos la edad.

La vida se escapa, minuto a minuto. No hay garantías de mañana. Y si hoy se puede hablar, moverse, crear, amar, agradecer… entonces ¿por qué no hacerlo?

Nos encadenamos solos, con excusas, con rutinas vacías, con frases repetidas que nos decimos cada día como si fueran verdad. Nos apagamos esperando a que alguien nos empuje, nos motive, nos “salve”.

Pero nadie va a venir a hacerlo.

Y tampoco es obligación de nadie.

La felicidad no te la trae nadie.Se construye desde dentro. Y cuando uno está desconectado de Dios, es normal sentirse vacío, incompleto, perdido.

Porque nada llena más que hablar con Él.

Dios nos devuelve la fe. Nos da esperanza. Nos recuerda que no estamos solos aunque todo se venga abajo.

Y si no tienes un propósito, un proyecto, un movimiento interno… da igual la edad que tengas: te vas a sentir vacío.

Hay personas que dejan de caminar espiritualmente, que repiten lo mismo cada día como si no hubiera salida. 

Tenemos voz para hablar, manos para crear, piernas para avanzar y medios como nunca antes en la historia. Y sino fuera así hay herramientas.

El que quiere, busca.

El que no, espera.

A veces, solo hace falta parar un segundo y mirar de verdad.

Mirar si esa correa que creemos sentir… realmente nos sujeta.

Y mirar todo lo que sí tenemos, para dejar de quejarnos y empezar a vivir.

Con cariño,
✨ Ladiosaquetehabita ✨

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