PREPARARSE COMO LAS HORMIGAS
Pequeños rituales para un invierno más amable
Hay días en los que estando de vacaciones, sorprendentemente, me entra el gusanillo por volver al trabajo. No tanto por lo que pasa dentro, claro —eso ya es otro cantar, y no vale la pena traer ahora—, sino por la rutina, por lo que tiene de estructura, por lo que me permite crear alrededor de ella.
Estos días me he descubierto haciendo acopio. Como una hormiguita que, previendo el frío y la oscuridad, va reuniendo todo lo que hará falta para sobrevivir —y ojalá también disfrutar— del invierno. Es un gesto más emocional que práctico. Tener velas a mano, llenar la despensa, asegurarme de que no falten: lápices, bolígrafos, libretas, preparar un rincón bonito para trabajar desde casa… Todo eso me da calma. Me dice: “Lo tienes cubierto. Estás cuidándote”.
Este año, por ejemplo, supe que durante las vacaciones no iba a mover el coche. Y decidí emplear parte de lo que habría destinado al transporte en algo que beneficiara mi bienestar cotidiano. Una mejora discreta pero significativa, pensada para cuidar del cuerpo en esas largas jornadas de escritorio. Una de esas inversiones que no se ven a simple vista, pero que el día a día agradece.
También he hecho acopio de productos de cuidado personal, de esos que parecen superficiales hasta que te das cuenta de lo mucho que reconforta el simple gesto de aplicarlos al final del día. Saber que tengo lo que voy a necesitar me tranquiliza. Me da la sensación de estar lista. De tener un refugio.
Es curioso cómo, a veces, preparar el entorno puede ser más eficaz que forzarse a cambiar el ánimo. Cuando mi casa está en orden, cuando hay luz cálida, cuando mis herramientas están listas y el espacio invita al trabajo, incluso el regreso a la rutina tiene algo de acogedor.
Como las hormiguitas que rumiaban su estrategia para el invierno, yo también me preparo. Porque no se trata solo de sobrevivir a lo que viene. Se trata, si se puede, de vivirlo bien. De hacer de lo cotidiano un lugar más amable. Más nuestro.
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