EL VALLE DONDE DIOS HABITA

Hay temporadas en la vida en las que todo parece detenerse. No porque nos hayamos rendido, sino porque ya no podemos más. El cuerpo se arrastra, la mente no piensa con claridad, el alma se siente desconectada de todo lo que un día nos daba ilusión. No sabemos si estamos tristes, bloqueadas, frustradas o simplemente vacías. Solo sabemos que estamos agotadas.
Y aún así, seguimos. Seguimos pagando el alquiler, intentando conservar lo poco que tenemos, respirando despacito para que no se nos rompa algo dentro. A veces nos decimos que tenemos que ser agradecidas: hay comida, hay un techo, hay libros, hay pequeños momentos de calma. Y sí, todo eso cuenta. Pero la verdad es que también pesa estar siempre sobreviviendo.

No es que queramos lujos. Lo que anhelamos es algo más esencial: volver a sentir la alegría de vivir. Aquella ligereza con la que nos levantábamos antes, las ganas de hacer, de crear, de compartir. La mujer luminosa que fuimos. Y aunque aún vive dentro de nosotras, hoy parece lejana. Como una melodía que ya casi no recordamos.

Y entonces, cuando no queda nada más, hacemos lo único que nos sostiene: hablamos con Dios. Le decimos la verdad sin adornos. Le confesamos que estamos cansadas, perdidas, que ya no sabemos ni qué sentimos. Y a veces, como una brisa suave, Dios responde.

Una de esas respuestas puede llegar como lo hizo conmigo a  través de Isaías 58:13-14. Un llamado al reposo, no como inactividad, sino como espacio sagrado. Es como si Dios me  susurrara:

Detente. No sigas forzando lo que ahora no fluye. Este tiempo no es una pérdida: es un valle. Y en este valle, Yo también estoy.


El valle es ese lugar donde ya no podemos mantener el ritmo que el mundo exige. Donde ya no encajamos en dinámicas corruptas, injustas o abusivas. Donde no queremos mentir, ni actuar, ni fingir. Es un lugar duro, pero honesto.

En el valle no hay grandes conquistas. Hay días lentos. Hay silencios largos. Hay sueños que duelen. Pero también hay una presencia constante: Dios, que no viene a exigirte más, sino a cuidarte desde dentro.

Que no tengas energía no significa que estás fracasando. Que no sientas alegría no quiere decir que hayas perdido el rumbo. A veces, el alma necesita detenerse para volver a escucharse. Dios no te pide que produzcas, ni que tengas respuestas, ni que seas siempre fuerte. Solo te pide una cosa: que estés con Él en verdad, y aunque ande en valle de sombra, no temeré, porque Tú estás conmigo.
(Salmo 23:4)

Esa promesa no es teoría. Es una realidad viva. Él no te espera al final del valle. Él camina contigo dentro de él.
Volverás a reír… pero no hoy. Y está bien.

Habrá un momento —no impuesto, no forzado— en el que volverás a reír con ganas. Volverás a sentir inspiración. Volverás a mirar la vida con ternura y esperanza. Pero ese momento no tiene que ser ahora.

Ahora es tiempo de respirar. De ser amable contigo. De dejar de pelear sola. De aceptar que descansar también es sagrado. Que dormir, llorar, orar bajito, encender una vela, tomar un té en silencio… también son formas de resistir.
Y de sanar.

Si estás en el valle, no estás sola. No estás perdida. Estás siendo sostenida por un Dios que no te mide por tu rendimiento, sino que te ama por completo, incluso cuando no puedes con nada.

Ese también es un final feliz. Uno más real. Uno más tuyo.
Con cariño,
✨ Ladiosaquetehabita ✨

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