EL VALOR DE CERRAR CICLOS Y ELEGIR LA SOLEDAD CONSCIENTE
Durante gran parte de su vida, muchas personas asumen el rol de la generosidad infinita: la persona que escucha, que sostiene, que acompaña, que salva que siempre está disponible cuando alguien necesita desahogarse o cuando la vida del otro entra en crisis. Sin embargo, con el paso del tiempo, esa entrega incondicional suele cobrar un precio muy alto: la invisibilidad.
Quien da sin medida acaba descubriendo que solo es valorado mientras alimenta el ego ajeno o resuelve problemas que no le corresponden. Y entonces surge una verdad incómoda: en demasiadas relaciones humanas, lo que prima no es la reciprocidad, sino la utilidad.
Hay quienes, llegado un momento, deciden poner un corte radical: cerrar ciclos. Y cuando se habla de cerrar ciclos, no se trata solo de dar fin a una etapa, sino de despedirse de personas, dinámicas y hasta de la versión propia que aceptaba ser siempre “el segundo plato”. Porque primero están las parejas, después los hijos, y solo si sobra tiempo aparece el espacio para la amistad.
Quien ha vivido este despertar descubre lo difícil que resulta poner límites. No basta con decir “hasta aquí”; hace falta sostener ese límite cuando los demás, acostumbrados a la disponibilidad eterna, intentan traspasarlo. No es un camino sencillo. Pero sí es liberador.
Y es en ese proceso cuando aparece una elección consciente: la soledad. No como un castigo, sino como un refugio. El silencio, la compañía de un perro, el calor del propio hogar convertido en santuario sagrado, pueden ser mucho más nutritivos que la presencia intermitente de quienes solo buscan cuando su mundo se tambalea.
La soledad elegida no es falta de amor ni de vínculos; es un cambio de prioridades. Es valorar la calidad por encima de la cantidad. Es reconocer que no se necesitan decenas de amistades, sino unas pocas conexiones auténticas, de esas que están de verdad cuando hace falta.
Llegar a este punto no significa cerrarse al mundo, sino dejar de abrir el corazón a quien no sabe valorarlo. Significa estar en otro lugar, en otro estado de conciencia, en el que ya no se trata de ser “la buena” para otros, sino de ser leal a uno mismo.
Y quizá, en ese camino, aparezcan nuevas personas afines. O quizá no. Porque cuando la vida se habita desde la calma, la autenticidad y la coherencia, la necesidad de llenar vacíos con compañía se desvanece. El hogar, el silencio y la propia presencia se convierten en la mejor compañía posible.
Quizá la sociedad debería cuestionarse el modelo de relaciones que normaliza: vínculos utilitarios, basados en la conveniencia y no en la reciprocidad. Elegir la soledad no siempre es un acto de huida; muchas veces es un acto de dignidad. Quien aprende a vivir en paz consigo mismo demuestra que la verdadera riqueza no está en cuántos rodean tu mesa, sino en la calidad de los afectos que realmente permanecen.
Con cariño,
✨ Ladiosaquetehabita ✨
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