LA INGRATITUD EN LA VEJEZ
Cuando la compañía deja de valorarse
En muchas parejas que llevan décadas juntas —40, 50 años o más— se observa una paradoja: han compartido toda una vida, pero en la etapa de la vejez, cuando más se agradecería tener compañía, algunos solo parecen encontrar espacio para la queja y el reproche.
No es extraño encontrar matrimonios que, quizá, debieron disolverse treinta años atrás, pero que eligieron continuar. Sea por costumbre, por miedo a la soledad, por creencias religiosas o por comodidad social, permanecieron juntos. Sin embargo, lejos de valorar la fortuna de envejecer acompañados, muchos caen en la dinámica del enfrentamiento constante: discusiones por el ego, luchas por demostrar quién tiene la razón, reproches acumulados que ya no buscan solución, solo insistir en la herida.
Desde el plano espiritual, este desgaste carece de sentido. El propósito de los años tardíos no debería ser demostrar superioridad ni mantener una batalla de orgullos, sino reconocer la oportunidad de crecer en aceptación, de disfrutar el hecho de seguir caminando junto a alguien, de valorar lo que aún se conserva: salud, autonomía, hogar, la posibilidad de seguir compartiendo actividades y apoyarse mutuamente.
Lo triste es que, en lugar de esa gratitud, muchos reducen la vida a rutinas mínimas: comer, descansar, cobrar la pensión y visitar el mercado. Cuando surge un problema, la actitud puede ser de agotamiento o resignación. La queja se convierte en el centro, y el compañero o compañera de toda la vida pasa a ser el blanco del malestar. Se exige, se critica, pero rara vez se mira hacia adentro para reconocer los propios defectos o la propia responsabilidad.
La vejez, lejos de ser un tiempo de guerra doméstica, puede ser una etapa de paz y cosecha. Quienes han compartido toda una vida juntos poseen el privilegio de no enfrentar solos la última etapa. Y sin embargo, cuando se pierde de vista ese regalo, el amor y la compañía se transforman en campo de batalla.
Quizá el mayor desafío no es aprender a vivir con el otro, sino aprender a agradecer: agradecer la casa que se habita, la salud que se conserva, la mano que aún acompaña y la voz que responde. Porque la verdadera riqueza en la vejez no está en la pensión, ni en las rutinas, ni en la obstinación de tener la razón, sino en el reconocimiento humilde de que, incluso con todas las imperfecciones, no se ha envejecido en soledad.
Con cariño,
✨ Ladiosaquetehabita ✨
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