LOS NIÑOS NO SON CONTENIDO

Niños del nuevo tiempo: almas elevadas en un mundo formido

Entre 2020 y 2021, recibí una canalización que me marcó profundamente. En ella se me mostraba que, a partir de 2024, comenzarían a llegar  a la Tierra almas mucho más avanzadas, más evolucionadas, con una conciencia más elevada. Almas que vendrían a ayudar a impulsar la frecuencia de la humanidad, a empujar el cambio, a romper viejas estructuras.

Pero también se me advirtió algo muy claro: estas almas necesitarían padres preparados, padres despiertos, conscientes. Porque si no, se volverían a perder. Llegarían a un mundo dormido que no las sabría reconocer, que las volvería a etiquetar, a moldear, a encajar en lo que deben ser.  Y así, una vez más, su esencia quedaría reprimida.

Desde entonces, he observado. He sentido. Y lo que veo me duele: niños llegando con una luz inmensa, con una sabiduría innata, con una vibración distinta… y un entorno que no está listo para recibirlos.

Sharenting: cuando la crianza se convierte en contenido

Vivimos en la era de la exposición constante. Las redes sociales han transformado la manera en que compartimos nuestra vida cotidiana, volviendo públicos momentos que antes eran íntimos, personales o, como mínimo, reservados al círculo cercano. Pero en este nuevo escenario digital, hay una línea que se está cruzando cada vez con más frecuencia y con escasa reflexión: la exposición de los niños en internet.

El término sharenting (de share y parenting) describe la práctica de padres y madres que comparten de forma regular fotos, videos e información personal de sus hijos en redes sociales. Aunque en muchos casos puede parecer inocente o incluso tierno, la realidad es que este comportamiento está plagado de implicaciones éticas, legales, psicológicas y sociales que muchas veces no se consideran en el afán de documentar la vida familiar.

Y no se trata solo de una foto ocasional de un cumpleaños o una sonrisa espontánea. Estamos hablando de canales enteros dedicados al día a día de los menores, donde cada desayuno, rabieta, paseo, regalo o castigo es registrado, editado y publicado como parte de una estrategia de contenido, muchas veces monetizada.

Uno de los principales problemas éticos es el consentimiento. Los niños, por su corta edad, no tienen la capacidad de comprender ni aceptar conscientemente que su imagen y su vida estén siendo difundidas a miles o millones de personas. Y, sin embargo, son protagonistas involuntarios de una narrativa digital que escapa de su control.

¿Qué derecho tienen los padres a decidir por sus hijos algo que puede afectar su imagen, su privacidad y hasta su futuro laboral o emocional? ¿Hasta qué punto la crianza justifica la exposición pública?

Como digo cada vez es más común encontrar cuentas de redes sociales donde los hijos son parte central del contenido. En algunos casos, estos perfiles generan ingresos significativos a través de colaboraciones con marcas, patrocinios o visualizaciones. Pero aquí me surge una pregunta incómoda: ¿están los padres protegiendo o explotando la imagen de sus hijos?

Es cierto que no todos los casos responden a una lógica económica. Hay padres que simplemente quieren compartir su vida con sus contactos o dejar un registro virtual de la infancia de sus hijos. Sin embargo, una vez que esa información entra al circuito digital, escapa al control de sus creadores. Las fotos pueden ser descargadas, manipuladas, utilizadas sin permiso o incluso caer en manos de personas con intenciones perturbadoras.

Las consecuencias de la exposición infantil en internet no son hipotéticas. Algunos de los riesgos más graves incluyen:

Suplantación de identidad: gotos y datos personales de menores pueden ser utilizados para crear perfiles falsos.

Robo de información: detalles como el nombre completo, la escuela, la ubicación o las rutinas pueden ser extraídos de publicaciones aparentemente inocentes.

Material inapropiado: existen redes clandestinas que recopilan imágenes de menores tomadas de redes públicas. No hace falta que sean explícitas: solo que muestren niños.

Daños psicológicos: los niños que crecen sabiendo que están siendo observados y evaluados constantemente pueden desarrollar problemas de autoestima, ansiedad o dificultad para establecer límites sanos entre lo público y lo privado.


Almas nuevas, conciencia antigua y es que cada vez escuchamos más frases como los niños de hoy en día vienen diferentes o estos bebés traen otra energía. Y es cierto. Vienen con otras memorias, otras capacidades, otras misiones. Muchos llegan con una sensibilidad extraordinaria, con una sabiduría natural, con una conexión espiritual que desarma a los adultos.

Pero lo que no se dice suficiente es que estos niños necesitan ser recibidos por adultos que estén a su altura. No en términos intelectuales, sino en conciencia. Porque si no, lo que ocurre es lo que hemos hecho durante generaciones: etiquetarlos, reprimirlos, dirigirlos, romperlos.

Los llenamos de horarios, pantallas, diagnósticos, expectativas y normas vacías. Los desconectamos de su esencia, de su creatividad, de su espontaneidad, de su poder. Les enseñamos a temer lo que son para que encajen en un mundo que ya no tiene sentido.

Si estas nuevas almas necesitan un entorno que les permita expandirse, los padres son la primera gran pieza clave. No padres perfectos, sino conscientes. Padres que:

No proyectan sus vacíos o traumas sobre sus hijos.
Escuchan más de lo que imponen.
Comprenden que sus hijos no son “suyos”, sino que vienen con un camino propio.
Acompañan sin dirigir. Guían sin controlar. Sostienen sin encerrar.

Y para eso, es necesario primero sanar la propia infancia. Desaprender. Cuestionar lo que se nos enseñó. Abrir el corazón.

Más allá del debate sobre redes y privacidad, hay un principio que debería ser innegociable: los niños tienen derecho a vivir su infancia libres de explotación y vigilancia constante. Tienen derecho a equivocarse, a hacer el ridículo, a tener momentos íntimos, a construir su identidad sin la presión de una audiencia invisible.

Y cuando crezcan, deben tener el derecho a decidir qué parte de su vida quieren compartir y cuál no. Pero si ya hay cientos de videos, publicaciones, reels y fotos circulando sobre sus momentos más vulnerables o personales, esa decisión les ha sido robada.

La tecnología y las redes no son el problema. El problema es cómo las usamos. Compartir la vida no debería significar exponer a los más vulnerables. Las memorias familiares pueden existir sin convertirse en entretenimiento para masas.

Un niño no es un producto. No es una estrategia de marketing. No es contenido. Es una persona. Una alma. Y merece ser protegida.

Los niños no vienen al mundo para adaptarse a él. Vienen a transformarlo. Pero solo podrán hacerlo si nosotros dejamos de moldearlos según nuestros miedos, y empezamos a amarlos según su verdad.

Con cariño,
✨ Ladiosaquetehabita  ✨


PUEDES APOYAR ESTE CONTENIDO HACIENDO UN DONATIVO EN 

Puedes visitar mis canales de YouTube en

ladiosaquetehabita1

ladiosaquetehabita2

Comentarios

Entradas populares