LOS DAÑOS COLATERALES DE LOS SISTEMAS QUE INTERNAMENTE NO FUNCIONAN


 Cuando ser responsable se convierte en una condena — un llamado colectivo desde el pozo hacia la luz.

Empecé a escribir esto desde un lugar difícil: llevo dos años pasándolo muy mal en mi trabajo. No por incompetencia, no por falta de responsabilidad —precisamente por eso. Porque hago mi trabajo, porque me importa, porque respondo. Y cuando te responsabilizas, a veces te cargan más. O te miran raro. O te responsabilizan aún de los problemas que no son tuyos.

Quiero que este texto no sea solo mi desahogo: quiero que sea colectivo. Quiero que llegue a quienes están cansados, a quienes han dicho “no puedo más” y han sentido el peso de que esa frase se vea como debilidad. Aquí hablo desde mi pozo, sí, pero también para tender una cuerda a quien quiera subir.

¿Qué son los “daños colaterales” de un sistema que no funciona?

No hablo únicamente de objetivos incumplidos o procesos ineficaces. Hablo de lo que no se contabiliza en los informes trimestrales: la salud física que se quiebra, la energía emocional que se agota, la autoestima que se resquebraja, las relaciones personales que se resienten. Son las migas que deja un sistema que exige más allá de lo humano y que no devuelve apoyo ni reconocimiento.

Esos daños aparecen cuando:

Las cargas se concentran en quienes hacen el esfuerzo extra.
Falta visión y planificación, y se parchea con trabajo humano.
La cultura premia la disponibilidad absoluta y penaliza los límites.
Se naturaliza el estrés como requisito de productividad.

El costo invisible de la responsabilidad

Ser responsable no debería ser un marcador de sacrificio. Sin embargo, cuando la responsabilidad se interpreta como disponibilidad perpetua, los responsables se convierten en la primera línea de desgaste. Pagamos con:

Salud mental: ansiedad, agotamiento, necesidad de tratamiento.

Salud física: dolores, fatiga crónica, sistemas inmunes debilitados.

Identidad: sentir que dejar de poder es sinónimo de fracaso.

Estigma: ser señalado por “no aguantar” cuando en realidad se ha llegado al límite humano.

Decir “no puedo más” no es un capricho ni un exceso de sensibilidad. Es una señal clara de límite. Escuchar esa señal es una responsabilidad colectiva.

Cómo el sistema culpabiliza a quienes intentan arreglarlo

Resulta paradójico: quienes mantienen la operativa cotidiana —con esfuerzo, creatividad y sentido de la responsabilidad— suelen ser los mismos a los que se acusa cuando algo falla. El sistema:

Externaliza la culpa en las personas, no en los procesos.

Recompensa el “remiendo” continuo en lugar de la mejora sostenible.

Invisibiliza los costes humanos detrás de la entrega extraordinaria.


Eso genera una atmósfera donde pedir ayuda, decir “no”, o tomarse un tiempo es visto como debilidad. Y ahí se instala la soledad.

De mi pozo, un mensaje para quien lo escucha: esperanza con realismo

Estoy en tratamiento psiquiátrico. No voy a romantizar la recuperación. No tengo energía aún para hacer lo que la sociedad dice que “debería” hacer: levantarme y salir a correr, “activar” y ya. Estoy dándole al cuerpo lo que necesita ahora mismo: descanso, cuidados básicos, límites. Y eso también es luchar.

Si estás ahí, lo primero: validar que lo que sientes es real. No eres flojo/a. No eres un error humano. Eres una persona que ha encontrado límites en un entorno que pide demasiado.

La esperanza que ofrezco no es ingenua; es práctica:

Pequeños pasos cuentan: un descanso real, una cita médica, una conversación honesta con alguien de confianza.

Pedir ayuda no te hace menos responsable; te hace humano/a.

Recuperarse lleva tiempo y es multidimensional: físico, mental, emocional. Está bien priorizar uno por encima del otro según el día.


Lo colectivo como antidoto: no es solo problema individual

Los sistemas fallan, pero los sistemas también se transforman cuando las personas se organizan. Esto no tiene por qué ser un gran manifiesto: puede empezar con conversaciones en equipo, con documentar cargas reales, con apoyarnos entre pares.

Acciones colectivas prácticas:

Normalizar hablar de cargas y límites en reuniones regulares.

Documentar procesos y responsabilidades para que la sobrecarga no recaiga siempre en las mismas personas.

Crear redes internas de apoyo —un compañero de confianza, grupos pequeños donde se pueda decir la verdad—.

Exigir políticas laborales reales:  límites a apoyo en salud mental.

Contar historias: nombrar el desgaste ayuda a que deje de ser invisible.


6. Qué pedir — y qué podemos exigir como grupo

No es suficiente con apelar a la buena voluntad. Se pueden impulsar medidas tangibles:

Revisiones reales de carga laboral (no solo números, sino tiempos).

Recursos accesibles de salud mental sin estigma.

Protocolos para redistribución de tareas cuando alguien está en riesgo.


No todas las empresas lo harán por empatía; muchas lo harán si se les demuestra que sostener la sobrecarga sale caro. Hacer visible el coste humano también es una estrategia para cambiar estructuras.

7. Un pequeño manifiesto (para llevar en la cartera)

Decir “no” es respetar mi límite humano.
Descansar es parte del trabajo sostenible.
Ser responsable no es sinónimo de ser explotado/a.
Nos cuidamos entre nosotras/os —ninguna batalla es totalmente individual.

Pedir ayuda es valentía.


Una invitación humilde
Si estás leyendo esto desde un sitio roto, te hablo desde el mismo barro. No puedo prometer soluciones mágicas. Pero sí puedo ofrecer compañía y un recordatorio: tus límites son legítimos; tu recuperación importa; tu voz puede ser el inicio de algo colectivo.

Si crees que esto puede ayudar, compártelo. Si quieres, usa el manifiesto como punto de partida para una conversación en tu equipo. Y si hoy solamente puedes respirar y quedarte en la cama, está bien. A veces recuperarnos empieza por permitírnoslo.

No estás sola. Somos más de los que parece. Y juntos podemos transformar los daños colaterales en cambios que protejan a quienes sostienen el día a día.

— Mi voz desde el pozo, intentando subir.

Con cariño,
✨ Ladiosaquetehabita ✨


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