Cuando la vida te detiene para recordarte quién eres


Hay almas que nunca terminan de sentirse parte de esta Tierra. Les cuesta enraizar, adaptarse, sentirse cómodas en una realidad que parece demasiado densa, demasiado ruidosa. Son almas que vienen con una sensibilidad especial, con una frecuencia distinta, y que muchas veces se ven atrapadas en dinámicas familiares o sociales que las asfixian.

Durante años pueden cargar con todo: las emociones de otros, los miedos ajenos, las expectativas del entorno. Se convierten en sostén, en refugio, en ayuda constante. Pero un día el cuerpo dice basta.
A veces ese basta llega en forma de enfermedad, de agotamiento, de ansiedad, de una parálisis inesperada o de una caída que parece romperlo todo. Pero lo que realmente se rompe no es el cuerpo: es el patrón de sostener lo insostenible.

El cuerpo, con su sabiduría, grita lo que el alma lleva tiempo susurrando: “ya no puedes seguir viviendo desde la carga, sino desde tu verdad.”

En estos tiempos tan intensos, muchos están sintiendo lo mismo. La vida nos está pidiendo soltar, limpiar, reordenar. Nos pide poner límites,  porque amar no es sostener, es permitir. Y a veces, permitir que el otro se haga cargo de su propio camino.

Llega un punto en que uno se rinde… pero no desde la derrota, sino desde la rendición al alma. Desde entender que ya no tienes que demostrar nada, ni salvar a nadie. Que su única misión ahora es descansar, sanar, reconectar.

Y en ese silencio, en esa soledad elegida, algo nuevo comienza a florecer: la paz.
Una paz sencilla, sin ruido, sin deberes, sin máscaras. Una paz que te dice: “Estás aquí para ser tú. Solo eso. Y eso ya es suficiente.”

Tal vez no todos lo comprendan. Tal vez algunos te llamen egoísta, fría o distante. Pero cuando por fin aprendes a cuidarte, también estás enseñando al mundo cómo se ama de verdad: desde el respeto, desde la autenticidad, desde la libertad.

Este tiempo no es fácil, pero es necesario. El planeta entero está pidiendo que cada alma asuma su propio proceso. Que dejemos de proyectar nuestras sombras en los demás y que, en lugar de exigir, aprendamos a mirarnos dentro.

Sanar no siempre es hacer más; a veces, es detenerse completamente.

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