EL VALOR DE LA AUSENCIA
En la vida, no siempre somos valorados como merecemos. A veces, nos entregamos con sinceridad, mostramos nuestro apoyo incondicional y estamos siempre presentes para alguien, pero esa persona no lo percibe o simplemente lo da por hecho. En estos momentos, la mejor decisión no es insistir ni reclamar reconocimiento, sino retirarse con dignidad.
Sin embargo, este retiro no es por orgullo ni como un castigo. Es un acto de respeto propio, una forma de demostrar que nuestro valor no está en la insistencia, sino en lo que somos. Cuando nos alejamos, dejamos que el tiempo haga su trabajo. La ausencia se convierte en un espejo que le muestra al otro todo lo que tuvo y no supo apreciar.
El efecto de la ausencia
La mente humana funciona de manera curiosa, a menudo no apreciamos lo que tenemos hasta que lo perdemos. Mientras alguien está disponible constantemente, su presencia se vuelve una costumbre, algo que parece asegurado. Pero cuando esa disponibilidad desaparece, la mente comienza a reflexionar:
"¿Por qué ya no está ahí?"
"¿Por qué dejó de escribirme, de preocuparse, de estar presente?"
"Tal vez lo que me ofrecía era más valioso de lo que pensé..."
Y es ahí cuando nace el arrepentimiento. No porque la persona haya cambiado, sino porque su ausencia permite que la otra parte vea con claridad lo que tenía.
La importancia de saberse valorar
Retirarse no es perder. Es comprender que el amor, la amistad y el respeto deben ser recíprocos. Si alguien no ve tu valor cuando estás presente, es posible que solo lo descubra cuando ya no pueda tenerte. Y para entonces, quizá sea demasiado tarde.
Lo importante es no vivir esperando ese arrepentimiento ajeno, sino seguir adelante con la certeza de que quien realmente merece estar en tu vida no necesitará perderte para valorarte.
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