LAS PIEDRAS EN EL CAMINO + CUENTO
Las Piedras en el Camino: La responsabilidad de nuestra propia vida
A lo largo de la vida, todos encontramos piedras en nuestro camino. Algunas son pequeñas e insignificantes, otras son enormes y parecen imposibles de mover. Pueden ser miedos, inseguridades, decepciones, traiciones, fracasos o incluso el dolor de quienes amamos. A veces pasamos años tratando de quitar esas piedras, luchando con nuestra propia resistencia, con el miedo al cambio o con la incertidumbre de qué habrá después de ellas.
Pero lo que he aprendido es que cada uno tiene su propio camino y, con él, sus propias piedras. No podemos caminar el camino de otro, ni podemos quitarle sus obstáculos. Hay quienes esperan que lo hagamos, que carguemos sus problemas, que resolvamos sus conflictos, que tomemos decisiones por ellos. Y, a veces, por amor, por lealtad o por miedo a decepcionar, lo hacemos. Hasta que nos damos cuenta de algo fundamental: cada persona es responsable de mover sus propias piedras.
El equilibrio entre ayudar y respetar el proceso ajeno
No significa que no podamos apoyar a los demás, que no podamos darles una palabra de aliento o extender la mano cuando realmente lo necesiten. Pero una cosa es acompañar y otra muy distinta es cargar con lo que no nos pertenece. Hay personas que, en lugar de enfrentarse a sus propios retos, prefieren que otros los hagan por ellas. Y si les damos ese poder, corremos el riesgo de llevar una carga que no nos corresponde, descuidando nuestro propio camino.
Con el tiempo, uno aprende que poner distancia no es abandonar. No es dejar de amar ni de querer a esas personas. Es simplemente entender que cada uno tiene su proceso, su aprendizaje, y que si nos encargamos de quitarles sus piedras, les estamos robando la oportunidad de crecer.
Hay momentos en los que el mayor acto de amor que podemos tener hacia alguien es permitirle enfrentar sus propias batallas, aunque duela verlo luchar. Y hay momentos en los que el mayor acto de amor hacia nosotros mismos es alejarnos de quienes quieren que llevemos su carga además de la nuestra.
Cuento: Las piedras de cada uno
Había una vez un viajero llamado Elian, que recorría un largo camino hacia la cima de una montaña. Desde que tenía memoria, había encontrado piedras en su sendero: unas pequeñas, que apartaba con facilidad, y otras grandes, que lo hacían detenerse y buscar la manera de moverlas. Cada piedra representaba un desafío, un miedo, una lección.
Un día, mientras avanzaba, encontró a una mujer sentada junto a una enorme roca. Se llamaba Lía y lloraba desconsoladamente.
—¿Por qué lloras? —le preguntó Elian.
—Esta piedra bloquea mi camino, pero es demasiado grande para que la mueva. ¿Puedes quitarla por mí?
Elian sintió compasión por ella y, aunque su propia ruta se desviaba un poco, decidió ayudarla. Juntos empujaron la piedra hasta sacarla del camino. Lía lo abrazó y le agradeció, y Elian siguió su viaje.
Más adelante, encontró a un anciano con varias piedras apiladas en su ruta.
—¿Puedes ayudarme a mover estas piedras? —le pidió.
Elian, sintiéndose generoso, dedicó tiempo a moverlas una por una.
Así siguió su camino, encontrando más personas, más piedras, más ruegos de ayuda. Se detuvo tantas veces a mover piedras ajenas que, cuando miró hacia atrás, se dio cuenta de que su propia ruta estaba cubierta de obstáculos que no había atendido. Había ayudado a todos, pero había descuidado su propio sendero.
Cansado y confundido, se sentó a la sombra de un árbol. Entonces apareció un anciano sabio, que lo observó con calma y le dijo:
—Has hecho un buen trabajo ayudando a otros, pero dime… ¿quién ha quitado las piedras de tu camino?
Elian se quedó en silencio. Nadie. Nadie lo había hecho por él. Siempre había sido su propia fuerza, su propio esfuerzo, el que le había permitido avanzar.
—Si sigues quitando piedras ajenas sin atender las tuyas, nunca llegarás a donde deseas —continuó el anciano—. Acompañar es un acto noble, pero cada persona debe aprender a mover sus propias rocas, porque en ese esfuerzo está su crecimiento.
Elian comprendió la lección. Desde ese día, siguió su camino con un nuevo equilibrio: ayudaba cuando realmente podía, pero nunca más se olvidó de sus propias piedras.
Y así, con cada paso, aprendió que el verdadero viaje no era solo llegar a la cima, sino crecer con cada piedra que movía por sí mismo.
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